Comienza la
temporada. Nada, nunca, nada está conseguido aunque lo parezca, aunque el
apriorismo aliente a sobreestimar la propia capacidad por llegar de donde se
llega, por desdeñar la división de acogida. Podemos imaginar que la etiqueta de
‘recién descendido’, el poder amedrentador de la camiseta, el peso del nombre,
el respeto de la historia, el ‘por ser vos quien sois’, bastará para
desempeñarse por la categoría. Podemos no creerlo desde nuestra construcción
racional de las expectativas, asumir la realidad de una competición díscola,
ingobernable, fuente inagotable de sorpresas; pero de nuestro inconsciente
brota una especie de remusguillo traidor que distorsiona la lógica de esta
mirada y desaíra a los rivales por carencia de ‘pedigrí’. El tiempo, los
partidos, nos rescatarán del atolondramiento. La camiseta, el nombre o la
historia no eximen del merecimiento de la situación, del alineamiento con los
rivales a los que no convendrá mirar con altivez.
Dando vueltas a estas obviedades y dado que el primer rival designado por el
bombo fuera la AD Ceuta FC, la memoria juguetona me trasladó a un partido de
las jornadas finales de la temporada 80-81 también en Segunda División. Se
enfrentaban en La Balastera, la demolida, el Palencia CF y otro equipo ceutí de
nombre similar, la AD Ceuta, que caminaba desahuciado en el último puesto de la
clasificación. El público local despilfarró su energía menospreciando de
continuo al rival con el cántico ‘a Segunda B, a Segunda B’. Mi mente infantil
no entendía nada. Mientras los morados coqueteaban, también, con las plazas de
descenso, su afición humillaba al rival entonando un deseo que bien podría
caerles de vuelta. De hecho, así fue. Pese a que el Palencia se impuso por un
raquítico 1-0, perdió los restantes tres partidos y acompañó al Ceuta en su
viaje a la categoría inferior. El Valladolid no es el Palencia, se me puede
responder. Cierto. Pero infravalorar, como escupir hacia arriba, acrecienta el
riesgo y motiva pésimas consecuencias.
Cierto es que el nivel de la Segunda es muy inferior al de la categoría
perdida. Que se lo digan a Pezzolano. Los errores, tanto defensivos como
ofensivos, se multiplican en número y consideración. Extraer rédito de los
fallos rivales impulsó al ascenso al equipo dirigido por el de Montevideo. La
misma estrategia que, posteriormente, ya en Primera, condujo al equipo
al abismo y al técnico al despido. De entrada, en este partido de
arranque, dos errores chabacanos y una pérdida con el equipo desajustado
escribieron el librillo del génesis de los tres goles. No resto mérito al
Pucela -concierne provocarlos y aprovecharlos, y de ambas suertes sus jugadores
salieron airosos- pero es lo que hay. El nivel de la Segunda es muy
inferior al de la categoría perdida, pero es el que por méritos corresponde.
A ambas
categorías les hermana el espectáculo de las inscripciones. A un lado y otro
aparecen clubes que desconocen -o desconocemos- si podrán contar con jugadores
ya fichados. Otros años esperábamos con desasosiego al último día de mercado
(qué fea palabra cuando la mercancía se compone personas) para conocer el
nombre de los fichajes; ahora para constatar si podrán ser alineados. Es el
modelo, amigo. Desconcertante modelo antitético de la razón del éxito de este juego: la
sencillez, la facilidad -con la excepción del fuera de juego- para la
comprensión del reglamento. No pegar, no agarrar, no tocar el balón con la
mano.
Comienza la
temporada. Parece que con buen pie para el Pucela. Como la temporada pasada.
Por Dios, que acabe aquí el paralelismo.
Artículo publicado en El Norte de Castilla el 17-08-2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario