domingo, 17 de agosto de 2025

SOMOS DONDE ESTAMOS

 

Foto: Alberto Mingueza

Comienza la temporada. Nada, nunca, nada está conseguido aunque lo parezca, aunque el apriorismo aliente a sobreestimar la propia capacidad por llegar de donde se llega, por desdeñar la división de acogida. Podemos imaginar que la etiqueta de ‘recién descendido’, el poder amedrentador de la camiseta, el peso del nombre, el respeto de la historia, el ‘por ser vos quien sois’, bastará para desempeñarse por la categoría. Podemos no creerlo desde nuestra construcción racional de las expectativas, asumir la realidad de una competición díscola, ingobernable, fuente inagotable de sorpresas; pero de nuestro inconsciente brota una especie de remusguillo traidor que distorsiona la lógica de esta mirada y desaíra a los rivales por carencia de ‘pedigrí’. El tiempo, los partidos, nos rescatarán del atolondramiento. La camiseta, el nombre o la historia no eximen del merecimiento de la situación, del alineamiento con los rivales a los que no convendrá mirar con altivez.


Dando vueltas a estas obviedades y dado que el primer rival designado por el bombo fuera la AD Ceuta FC, la memoria juguetona me trasladó a un partido de las jornadas finales de la temporada 80-81 también en Segunda División. Se enfrentaban en La Balastera, la demolida, el Palencia CF y otro equipo ceutí de nombre similar, la AD Ceuta, que caminaba desahuciado en el último puesto de la clasificación. El público local despilfarró su energía menospreciando de continuo al rival con el cántico ‘a Segunda B, a Segunda B’. Mi mente infantil no entendía nada. Mientras los morados coqueteaban, también, con las plazas de descenso, su afición humillaba al rival entonando un deseo que bien podría caerles de vuelta. De hecho, así fue. Pese a que el Palencia se impuso por un raquítico 1-0, perdió los restantes tres partidos y acompañó al Ceuta en su viaje a la categoría inferior. El Valladolid no es el Palencia, se me puede responder. Cierto. Pero infravalorar, como escupir hacia arriba, acrecienta el riesgo y motiva pésimas consecuencias.
Cierto es que el nivel de la Segunda es muy inferior al de la categoría perdida. Que se lo digan a Pezzolano. Los errores, tanto defensivos como ofensivos, se multiplican en número y consideración. Extraer rédito de los fallos rivales impulsó al ascenso al equipo dirigido por el de Montevideo. La misma estrategia que, posteriormente, ya en Primera, condujo al equipo al abismo y al técnico al despido. De entrada, en este partido de arranque, dos errores chabacanos y una pérdida con el equipo desajustado escribieron el librillo del génesis de los tres goles. No resto mérito al Pucela -concierne provocarlos y aprovecharlos, y de ambas suertes sus jugadores salieron airosos- pero es lo que hay.  El nivel de la Segunda es muy inferior al de la categoría perdida, pero es el que por méritos corresponde.

A ambas categorías les hermana el espectáculo de las inscripciones. A un lado y otro aparecen clubes que desconocen -o desconocemos- si podrán contar con jugadores ya fichados. Otros años esperábamos con desasosiego al último día de mercado (qué fea palabra cuando la mercancía se compone personas) para conocer el nombre de los fichajes; ahora para constatar si podrán ser alineados. Es el modelo, amigo. Desconcertante modelo antitético de la razón del éxito de este juego: la sencillez, la facilidad -con la excepción del fuera de juego- para la comprensión del reglamento. No pegar, no agarrar, no tocar el balón con la mano.

Comienza la temporada. Parece que con buen pie para el Pucela. Como la temporada pasada. Por Dios, que acabe aquí el paralelismo.


Artículo publicado en El Norte de Castilla el 17-08-2025

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