Dado que la polisemia nos propone juegos traicioneros,
adelanto que no emplearé el término 'era' como sinónimo de época, como «período
de tiempo que se cuenta a partir de un hecho destacado», sino que aludiré
al «espacio de tierra [...] donde se trillan las mieses». Apuntado este matiz,
se puede afirmar que el Real Valladolid –y sus rivales de la categoría–
ejercitan y brindan un 'fútbol de era'. El colorido del uniforme pucelano
desplegado en Zaragoza, por lo demás, adecuaba la fotografía a la estación: amarillo
veraniego como el del campo llano y extenso de la meseta una vez la espiga se
dispone para la siega; un tono pajizo que se mantiene cuando la cosechadora
completa su labor.
Un fútbol de era en el que la calidad no termina de
brotar porque rara vez se impone al caudal destructivo. En Primera, al menos
jugaba el otro; por penosa que fuera la temporada propia, podíamos deleitarnos,
siquiera remordidos de envidia, con algún detalle de los rivales. Un fútbol
aguerrido por necesidad, bravo por obligación, tenso por supervivencia,
académico por normativo... un fútbol en el que un error se transforma en
condena no derrocha energía en lo superfluo. Donde 'tiki', 'patapum parriba'; cuando
'taka', pelea cuerpo a cuerpo en pos de bajar un balón, aun dando por bueno la
ratio de uno de cada diez, y a ver qué pasa.
A veces, demasiadas, no pasa nada. Todo lo más, el tiempo. Y el consumo de paciencia. Menos en el caso del impasible Almada, que al fin y al cabo es la única persona con potestad para modificar la propuesta o el elenco. El míster pucelano ni ha desprecintado el tarro de su aguante. No ocurre durante el partido. Mientras quien más quien menos especula sobre alternativas que propicien un juego fluido; sobre modificaciones que aumenten la consistencia, la contundencia o cualquier abstracción que mejore el juego, Almada observa y mantiene el equipo inicial hasta que avizora el pitido final. No ocurre entre partidos. Mientras otros entrenadores disertan sobre la conveniencia de modificar el once inicial con el fin de sorprender al rival, de involucrar en el proyecto al mayor número de jugadores, el montevideano persevera –o se empecina– con la misma alineación. Dado que desde fuera entendemos que alguno de los jugadores recién incorporados arribó con vitola de titularidad, nos sorprende la calma con la que se produce la inclusión en la dinámica. Se supone que los Federico o Canós realizaron pretemporada en sus clubes de origen; bien, ni presencia en la convocatoria. Uno, que tiene una edad, recuerda aquel fichaje de Romerito por el Barça de Cruyff: un día aterrizó, dos más tarde lució titularidad ante el Real Madrid. Ni adaptarse, ni tono físico, ni zarandajas. ¿Sabe? Pues a jugar. Almada no responde a los patrones de esa escuela, prefiere la calma y trabajo, o viceversa.
Al final, el progreso se describe como un viaje. Un
viaje bueno o malo en función de cuánto y cómo se saboree. Avanzar sin
detenerse aporta poco. En el camino se aprovecha el tiempo para disfrutar y
aprender.
Publicado en El Norte de Castilla el 7-09-2025