He escuchado con frecuencia anhelos
de transformación enunciados con frases sustentadas en un condicional que
habita a medio camino entre apuntalar el deseo y señalar una carencia
categórica. Corolarios aspiracionales labrados bajo premisas hipotéticas e
irreales del estilo “si la gente supiera la verdad, reaccionaría”. Cada vez -de
forma general y no excluyendo la afectación a un grupo humano minoritario– lo
creo menos. Lo que ocurre no difiere de lo que a lo largo de la historia sucedió,
los hechos concretos aportan solo un matiz. Al menos, la esencia se conoce. El
humano responde como un animal gregario, manso, dócil que -insisto, por lo general-
manifiesta su fuerza cuando obedece al dueño del local. Porteros de discoteca
con ínfulas.
Sumisos en escala ante líderes en
escala: primero, ante el investido cabeza del grupillo, que a su vez obedece e
impone obedecer al del grupo… y así
sucesivamente hasta responder al vasallaje del mandamás del grupo más fuerte. Así,
hasta que, total o parcialmente, se desmorona la estructura. Circunstancia que
no elimina la cadena de mando, la sustituye. “Échame pan y llámame perro”,
reclamó alguien y el imperativo fraguó fortuna, alcanza nuestros días. Da igual
si corres el riesgo de recibir una patada; el éxito consiste en saberla
esquivar para, si es necesario, dársela después a otro que reclamó pan aceptando
humillaciones. Como réplica, otro refrán recomienda no servir a quién sirvió. Lo
entendemos como advertencia ante el riesgo de que el antaño subordinado haya
perdido el encuadre. En realidad, el proverbio avisa de lo contrario, el
ascendido ya miraba desde aquella perspectiva: fue manso para exigir
mansedumbre. Con el añadido de que ahora se atribuye mérito por haber alcanzado
posición, se convence de su merecimiento.
Sumisos a un modelo, también a
escala. Hablamos de flexibilidad para recibir inversión, de rebajar cualquier
exigencia. Al fin, doblegarnos, adquirir ductilidad para arquear el espinazo,
para ejecutar con apariencia digna la genuflexión. Más pan, más perros. Hablamos
de guerras, de presupuestos de defensa, como si la voluntad, el interés, la
decisión, fuese nuestra. Adaptarnos evolutivamente consiste en eso: cambios
etológicos, fisiológicos y morfológicos para gritar “señor, sí señor”.
Artóculo publicado en El Norte de Castilla el 16-12-2025
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