La ingesta de turrón produce vómitos de
falso humanismo, el caso es que en estas fechas de apareamiento incestuoso de
la carne y el espíritu, del alegre capital con luces de neón y la negra
iglesia, cargamos a nuestros atribulados oídos con sartas de sublimes tropelías
que nos subyugan ubicándonos bajo el mazo del mercado o el catón de los dogmas.
Las del capital justificadas por su esencia de lobos hincando sus dientes en
los enclenques corderos de nuestras carteras; se deben analizar para conocer
sus arteros empeños y defendernos pero no caben reproches, es su
naturaleza.
Pero la iglesia,
amigo Sancho, esconde sus fauces bajo la figura de un pobre niño recién nacido
y ya perseguido por “las iglesias de entonces”. Bajo esa apariencia
inofensiva extiende e impone sus valores particulares tapizándolos de
universales a una sociedad inerme por medrosa. Así seguirá mientras no
acordonemos el terreno que a una confesión religiosa le corresponde en un
estado aconfesional: sus templos y sus fieles. Ni un metro, ni una constricción
más.
Seguirá Rouco
Varela, primera autoridad de la iglesia católica en España, acechando la
libertad sexual desde la base educativa (pavor da repasar los índices
estadísticos sobre embarazos no deseados en adolescentes o enfermedades de
transmisión sexual) hasta la cúspide de
las prácticas que no se adecuan a sus imposiciones. Su perorata de días pasados
enterrando en vida el sueño de amor de las parejas homosexuales es de la que
asustan a quien ama la libertad, pero desvela sus miserias cuando argumenta con
razones –falaces- de ministro de hacienda su oposición a que la legislación
permita que un gay o una lesbiana tengan los mismos derechos que quien no lo
sea. Y Montoro, de rodillas y con peineta, usted tiene razón Monseñor,
amén.
Seguirá dormido el
sueño vital de los enfermos que anhelan un paso adelante en las investigaciones
científicas prohibidas por el peso de la mitra en nuestros gobernantes, dignos
hijos de quienes bajo el mismo misal intentaron prohibir la imprenta. Hemos
conocido que dos investigadoras españolas han conseguido crear óvulos a partir
de células de la sangre, bien, han tenido que realizar la investigación en
Portugal y Brasil por el miedo a un ego non te absolvo que las condujese
a la cárcel.
Seguirán mientras
no interioricen su papel en una sociedad que aspira a ser libre. Quizá les
sirva para ello leer el mugriento papelillo colgado de la chapa bajo la que se
cobijaba una castañera “he llegado a un acuerdo con el banco de enfrente, ellos
no venden castañas, yo no presto dinero”. Cada uno en su casa, dioses
incluidos.
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