Engañados por aquella película del maestro
Kubrik, todos creemos que el atraco perfecto es aquel que se lleva a cabo sin
dejar rastros que puedan delatarnos, pero eso hoy es nada comparado con el ideal
de expolio: que la víctima no se entere e incluso sea feliz sin lo despojado.
Tal es así con la política. A la par que celebramos la democracia, hasta el
punto de exportarla con la fuerza si es menester, nuestros bolsillos se vacían
de la posibilidad de participar en la vida pública. Algo que ayer exigíamos, se
ha escapado. Y no es casualidad. Ni viene de cerca.
La convivencia,
cualquier convivencia, teje su día a día con una suerte de hilo de dos colores:
normas y prácticas. Unas normas de las
que seamos partícipes y unas prácticas que se adquieren con experiencia
democrática y pedagogía. A falta de la experiencia, tras cuarenta años de
marasmo dictatorial, un gobierno pretendidamente de izquierdas podía haber
aprovechado la impetuosa ebullición social para crear unas redes de participación
ciudadana que nos hubieran acercado al verdadero sentido del término democracia
más allá del votad y dejadnos hacer que llevaron a cabo. Podían haber extendido
una cultura del diálogo entre las organizaciones políticas y entre éstas y la
sociedad articulada, pero confundieron el sentido de sus abrumadoras mayorías.
Podían haber construido un partido en el que cupiesen legítimas discrepancias
pero urdieron una organización monolítica de culto al líder y “el que se movía
no salía en la foto”. Podían...
Pero alejaron a la
sociedad de la política. Con esa visión a corto plazo y enrocándose en sus
errores abrieron la puerta del gobierno a quien estaba más a su derecha. Aznar
se encontró con el trabajo hecho. Una sociedad desmovilizada e impregnada del
error capital del desdén –si no la ignorancia- en lo que a política y valores
democráticos se refiere nunca pide explicaciones u olvida demasiado pronto las
irresponsabilidades.
Ya pueden
descarrilar diez trenes, abatir a unos militares en el fragor de una guerra en
la que nada pintamos, subir los precios de los pisos o caer chuzos de punta. Un
ministro compungido gimoteará que con este tema no se hace política. Y si usted
protesta (o simplemente vota a otros) le acusarán de ser un peligro para la
democracia, de ser anticonstitucional, progre carca o terrorista. Es su
estrategia y les funciona, no cambiarán.
Aznar se despide y ese es su legado, ha
transformado la plaza pública en arena de circo romano. Hoy 22 de diciembre,
mientras usted mira su boleto, el robo continúa. Salud.
Todo lo que escribes es atemporal.
ResponderEliminar¿eso es bueno?
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