Mis ojos se ensucian de rabia y asco ante
esas fotos que colocan al hombre un peldaño por debajo del cerdo. Una soldado,
émula de Jonh Wayne, muerde un cigarrillo y con una sonrisa señala la polla de
presos iraquíes, un grupo de militarones se regodea tras amontonar a futuros cadáveres. En el amor y la guerra
no hay moral que valga más que el deseo de sojuzgar al vencido. Esto es la
guerra y así se escribe; se mata y se muere, pero sobre todo se humilla. Nada
es inocuo por más que sus impulsores pretendan revestir sus propósitos de
bienaventuranzas y disfrazar sus efectos con la seda de los eufemismos, por más
que acudan al catálogo de virtudes para declararla. En el bien entendido
pretenden llenar sus bolsillos de dólar y poder aunque emborronen discursos de
amor a su pueblo y gloria de dios por los siglos de los siglos. Saben de sobra
que ellos morirán viejos, cuidados y con un termómetro bajo sus aseados sobacos
tras haber sembrado la mierda de la muerte prematura lejos de sus casas. Y odio
que generará muerte, que generará odio, que... así el mundo no girará en el
sentido que marquen jóvenes armados de futuro sino por el recuerdo de los
desafueros sufridos por unos abuelos mancillados. ¿A ellos qué?
El hombre es deseo
pero el de estos mercaderes de la parca nunca se sacia y por su ansia ilimitada
morimos en Atocha y en Bagdad y como perro guardián de sus haciendas adiestran
a la soldadesca y le dotan de ingentes dineros detraídos de nuestro trabajo o
de esas carencias sociales perpetuamente desatendidas por falta de parné.
Maldito parné.
Los impulsores de
la guerra, maestros de una lógica asesina, arrogante, inquisidora, bellaca,
empobrecedora y aculturizante, pretenden que callemos manteniendo un occidente
gordito y ramplón. Pero un mundo de guerra y hambre nos interroga con ojos que
claman al cielo de la desesperación. Y respondemos con indiferencia, con la
apatía de los complacientes.
Oponerse -en su día
y hoy- a esa guerra, a la guerra punta del iceberg de una forma de trazar el
sinsentido de un mundo en el que las personas no somos más que elementos de
producción y consumo, es cimentar un futuro de paz y justicia. Digo no por puro
pragmatismo, por instinto de supervivencia. Mi pacifismo no es la risa tonta
ante situaciones de peligro sino el deseo de construir, de anhelar, de soñar.
Es la fuerza que puede frenar una bomba antes de ser lanzada, antes de ser
fabricada, antes, aun, de ser pergeñada.
Publicado en "El Mundo"
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