El melón
constitucional está en un tris de ser abierto mientras discutimos con las
enaguas abajo si son galgos o podencos. Los gerentes de esta comunidad, esos
que miran de soslayo a Madrid antes de tomar una decisión, dirán que algo se ha
ido y no sabrán cómo ha sido. Con prosopopeya relatarán que unas perversas
fuerzas centrífugas se han llevado por delante ese sueño inconcluso de la
paisana Isabel Montatanto llamado España. Digo inconclusa porque la pieza
Portugal falta del puzzle onírico de la tan católica.
Pernoctamos
anclados en lo que pudo ser; pero ni es, ni volverá a ser: la España una y
unificada, tan monolítica como asfixiante para tantos. De eso nunca hemos
querido darnos cuenta. La historia nos ha escrito que el sudor y la sangre de
Castilla crearon España, pero el centralismo de las monarquías absolutas y de
la dictadura franquista (toda nuestra historia moderna y contemporánea hasta
1975 con el lapso de las dos repúblicas) pretendió una España mitológicamente
castellana. En ello radica parte de nuestra postración y postergación.
Nos vemos como la
anciana madre que necesita de la compasión de sus hijos y de la pensión de esa
seguridad social que se llama Europa para pagar la calefacción. Pero los otros
territorios no son nuestros hijos sino iguales para crear un estado entre
iguales. Y Europa, tras la ampliación, tiene otros mercados que amancebar.
Si no levantamos la
vista al futuro desangraremos de jóvenes la tierra y nos quedará la muerte que
ya anuncia la vejez del paisanaje. No hablo de milongas de identidades creadas
artificialmente desde arriba sino de la ausencia de proyectos, de la carencia
de proyecto, de línea maestra. Empieza a ser indispensable relanzar políticas
que desdibujen las caducas líneas provinciales para vertebrar el territorio
siguiendo los pasos de los comerciantes. Ellos para ofertar sus servicios se
han establecido en esos núcleos intermedios de población, cabeceras de comarca
que obvian las trazas de provincia. Potenciar núcleos de desarrollo a partir de
esa realidad, reforzar sus servicios públicos, es sólo un paso pero que se ha
tornado imprescindible. La otra alternativa es quejarnos ladinamente de la poca
solidaridad o de lo mal que nos quieren. Se abre el melón y si no espabilamos
nos quedaremos sin postre y no será culpa de otros.
Publicado en "El Mundo"
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