Los huevos lanzados hacia arriba el día del
pregón de las fiestas de Valladolid han caído sobre la cabeza de los lanzadores
en forma de multa al canto y demagogia despechada del alcalde.
Para redundar en el dislate, la muchachada no
necesita a nadie, se bastan solos, ¿cabe mayor gansada que apelar al carácter
intransigente del alcalde para reclamar como acto político la huevada? El
espíritu crítico muere en una rebeldía dispersa, sin causa o sin saber
dirigirla, visibilizarla, hacerla útil. La vanidad tribal cercena el
inconformismo hundiéndolo en la categoría de intrascendente.
Yerran o les incitan a errar y únicamente
consiguen llevar el ascua a la sardina de su “enemigo león” poco acostumbrado a
dar puntada sin hilo y así tejer su paño. Tras magnificar el hecho amenaza a la
ciudad, a toda la ciudad, con encerrar el pregón intramuros del ayuntamiento;
expandido el humo pretende quemar en las llamas a todos los que alguna vez han
osado cuestionar su labor. A la amenazadora espada flamígera se le apoda
ordenanza antivandalismo y no es otra cosa que la amalgama de medidas de
estricto sentido común que castigan conductas que distorsionan la convivencia
–medidas, dicho sea de paso, reguladas con anterioridad- con normas que
vulneran la libertad ideológica, de expresión e, incluso, de reunión.
Con la gracieta de los niños el pecho del
alcalde ensanchó -he ahí la necesidad de la ordenanza y quienes se oponen son
los que pretenden quemar papeleras, romper estatuas y atropellar viejecitas- no
es que vea gigantes donde hay molinos, distingue perfectamente sus aspas pero
repite la cantinela del gigante para asustar. La ya clásica estrategia de
criminalizar a la disidencia por quien paladeó con regocijo el apaleamiento de
la noche de San Juan en Las Moreras y se reviste de ciudadano ejemplar. No
cuela.
Tirar huevos al balcón consistorial durante
el pregón es incívico, repartir octavillas es un derecho. Justificar la otra
por la una, señor de la Riva, propio de buhoneros de la palabra
Por último, con las multas se pretende
regular los hábitos de la ciudadanía, mas su concreción pecuniaria es una
alforja de distinto peso en función de las espaldas que lo soporten, para unos
tres mil euros son calderilla, para los más cuatro meses de trabajo. En esa
desproporción de lo que aparentemente es igual desagua cualquier intención
ejemplarizadora.
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