Dicen que una
crisis es una oportunidad y es cierto pero hay dos cuestiones que abordar. Por
un lado, qué hacer en el entretanto con el sufrimiento que se genera y por otro
qué camino seguir para aprovechar la enseñanza y qué rumbo tomar para estar en
mejor situación más adelante.
Muchas de las
personas que hasta ayer trabajaban hoy ya no lo hacen. Otras muchas tienen que
vivir con menos. En nuestras vidas se ha acomodado un vecino hasta ayer
desconocido: el miedo. No es tanto lo que ahora nos pasa cuanto la
incertidumbre que genera el desconocer sobre qué bases se asentará el mañana
más próximo. La vida que discurría dura pero plácida ha estallado para muchos
de nosotros en mil pedazos. Y nos ha encontrado inermes. No tenemos buena
defensa porque estábamos acostumbrados a mirar hacia arriba, a pensar que el
ascensor nunca frenaría y que los que estaban abajo en época de bonanza eran
seres ajenos a nosotros. Olvidábamos que nuestra sociedad está hilvanada con
hilos de agua y que nuestro futuro depende de las decisiones que tomen otras
personas a las que no les interesamos. Hemos construido nuestras vidas sobre un
vacío, un modelo económico que se asemeja a cualquier juego de azar. El ritmo de los despidos avanza inexorable y cada
día más personas sufren el drama de la intemperie económica. Una situación en
la que no sirve el sálvese quien pueda. Somos parte del mismo problema y hemos
de plantear soluciones colectivas. Hablan de reanimar la economía con los
mismos parámetros que nos han traído a este fracaso pero se equivocan, el
tiempo viejo ha muerto y si revive volverá a ser a costa de la mayoría de las
personas.
El crecimiento
del que nos hablaban durante los últimos decenios era un envase de aire. Un
crecimiento que ha enriquecido a muy pocos a cambio de un colapso que pagaremos
la mayoría. Una época en la que el crecimiento del beneficio de las empresas
repercutió poco o nada en los derechos de los trabajadores, mudos en muchos
casos, que ahora sufrirán la presión de las empresas que saben que mano de obra
hay en exceso.
Han retorcido
el idioma para llamar libertad a esto. Pero es mentira, no podemos ser libres
si las principales decisiones sobre nuestras vidas están en manos de otras
personas. La libertad de mercado hace libre al mercado, pero esclaviza a los
que lo padecen. En sus mejores sueños han ofrecido una calidad de vida digna
para la sexta parte del planeta a costa de esquilmar los recursos que la Tierra
nos ofrece. No da más de sí, esto es lo que había. Se han privatizado las
decisiones vendiéndolas al mejor postor y nos queda muy poco en manos de todos.
Hasta el Presidente del Gobierno tiene que suplicar a los bancos y eso que ha
puesto en su mano parte del patrimonio público. Nos queda tan poco que es hora
de revertir la situación empezando por frenar el deterioro de las joyas de la
corona: la sanidad y la educación públicas. Hemos de estar atentos y no admitir
recortes porque son parte de nuestro patrimonio y porque garantizan derechos
que no podemos perder. A partir de ahí se abre la hora de la audacia. Hemos de
ir enterrando poco a poco este pasado ilusorio para crear unas condiciones de
mayor dignidad, si no es por solidaridad tendrá que ser por egoísmo. La crisis
servirá de poco si pretendemos recrear un mundo como del que venimos. El
planeta ofrece recursos que garantizarían una vida digna a todas -sí, a todas-
las personas que en él habitamos y éste ha de ser el objetivo irrenunciable. La
codicia nos ha cegado y nos ha llevado a competir en una guerra de barro en la
que teníamos los ojos cegados. La competencia como paradigma de la calidad de
vida ha mostrado su lado corvo. La organización política, económica y social
tiene que modificarse en lo sustantivo, como sociedad tenemos que armarnos de
instrumentos que propicien una vida distinta, una vida mejor. Una vida digna
como soporte de la libertad, como corolario de la justicia.
Publicado en "Delicias al día"
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