Cuando se escribe la historia suelen marcarse en rojo las fechas en las que ocurren los acontecimientos más relevantes, a la vez que se esconden en renglones secundarios los hechos verdaderamente trascendentes que dan lugar a ellos. El Sevilla presume de los títulos conseguidos durante el último trienio, alardea de currículo y tiñe de oro las fechas en las que sus estanterías se adornaron con trofeos de prestigio, pero el día clave en el despegue de los de Nervión sólo lo podremos encontrar en oscuras hemerotecas: aquella mañana en que Kanoute selló el contrato que le unía a este club. Debería ser fiesta en el calendario sevillista. Ayer, como tantas veces, ha ganado el partido solito. En las escuelas de delanteros tendrían que rayar los soportes en los que se guardan sus partidos, su juego es un compendio de todas las virtudes éticas, técnicas y tácticas con que se forja un atacante. Valdrían los tres goles con los que ha asaeteado al valladolid para elaborar el material para un curso: tres goles con cuatro toques al balón. Los precisos para hundir a un equipo que durante media hora se creyó capaz de tumbar a los sevillistas. Hasta que el malí hundió el puñal al filo del descanso. Y ahí terminó la batalla.
Ahí o unos segundos después cuando el “mobile, qual piuma al vento” Iturralde soplaba hacia adentro mientras veía como la bota de Dragutinovic golpeaba, dentro del área, la rodilla de Goitom. Dos veces más tuvo ocasión de equivocarse y las dos se equivocó. No puede servir como excusa porque ninguno de estos errores fue evidente pero tiendo a sospechar cuando el fiel de la balanza se inclina siempre en la misma dirección.
En esos treinta minutos, el once vallisoletano nos volvió a deleitar con un fútbol elaborado con los ingredientes de la casa Mendilibar: presión muy arriba, juego en la línea de tres cuartos y apertura a bandas desde donde se apuntaba al área. La segunda parte nació muerta. El Valladolid dejó en el vestuario la convicción y el Sevilla, al tran tran, aumento su bagaje goleador y lució a su nueva joya, el argentino Perotti. En vísperas de la Semana Santa, el Sevilla jugaba como un desfile procesional castellano: cadencioso, sobrio, sin alardes y mostrando sus figuras; el Valladolid, roto su entramado defensivo, mostraba aires de procesión andaluza: mucho jaleo y cantes que provenían de cualquier balcón.
Arquímedes integró los principios de la palanca en una frase: “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Sobre Kanoute se ha apoyado el crecimiento de un club aunque otros se cuelguen las medallas. Verbigracia ese presidente que forjó su prestigio defendiendo a los Cachulis o las Pantojas de turno. El mismo que, el día previo a la vuelta de la semifinal de Copa, dijo que se iba a comer al león desde la cabeza hasta el rabo y al que, tras salir escaldado, los aficionados del Athletic le ofrecían el rabo a secas. La historia es la del pueblo llano y los libros se anegan con nombres de reyezuelos.
Publicado en el Norte de Castilla el 29-3-2009
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