Allá por 2009, Diego Costa jugaba en el Valladolid. Ahora le llama Del Bosque para la selección, ahora lleva un temporadón en el Atleti, ahora le descubren en la capital del reino (el único lugar del mundo según ellos) pero en octubre de ese año se publicó lo siguiente....
La eterna maldición que recae sobre los equipos pobres
consiste en no tener tiempo para saborear las delicias. Apenas un
jugador destaca, compra el billete para viajar a otros lares de más
postín. La bendición, rara avis, se asienta en la capacidad de las
directivas para convertir en oportunidad esta desgracia.
Ayer en la Romareda, mientras ningún aficionado
vallisoletano echaba de menos a Sergio Asenjo, Diego Costa nos regaló,
amén de entrega y buen juego, tres puntos. Los que se rasgaban las
vestiduras por la pérdida del cancerbero palentino tienen su réplica: en
un mercado tan distorsionado como el futbolístico es posible encontrar
respuesta a las necesidades cuando se tiene claridad para conocer las
propias carencias y talento para soslayarlas. Supongo que el brasileño
caminará por la misma senda maldita y será flor de un día en Zorrilla,
razón de más para disfrutar con su juego y valorar la insistencia del
club en traerle, lo que manifiesta el buen hacer de la dirección
deportiva pucelana.
Otros en su caso hubieran dibujado una pose demagógica que aparentase dureza para buscar complicidad con la afición. Sin ir más lejos el club de origen de Diego Costa que, para poder sacar público pecho por mantener en la plantilla a sus dos delanteros titulares, tiene el cuerpo con más llagas que todas las tallas juntas del recientemente inaugurado Museo del Colegio de San Gregorio.
Un jugador no gana sólo, el juego de Costa, bueno por sí
mismo, pudo ser eficaz gracias al trabajo colectivo del resto del
equipo. La línea defensiva, aun con errores, mostró un aspecto más
sólido que la semana anterior. En el centro del campo Mendilibar sabe lo
que tiene y movió las piezas con maestría, sin la magia que aporta
Medunjanin, tuvo que hacer de la necesidad virtud y potenció el juego
por las bandas en detrimento de las combinaciones interiores imposibles
sin el holandés. Si se suele decir que los goles dan alas, en este
Valladolid las alas dieron goles. Tanto Sisi como Marquitos captaron la
esencia de su posición: ampliaron el campo cuando el balón se movía por
su banda y trazaron diagonales venenosas cuando se jugaba en el otro
lado sin dejar de aportar su parte alícuota de trabajo defensivo.
Enfrente un Zaragoza fallón y, si hay que juzgar por lo
visto ayer, blandito y con pocos recursos. Por mucho nombre que tenga no
deja de ser un recién llegado. Sus aficionados, carne de frustración,
no alcanzan a comprenderlo y silbaron a su equipo. Lejos de ayudar
contribuirán a generar confusión ofuscando a un equipo que convive con
unas expectativas por encima de su potencial.
Duero abajo caminan los pucelanos con cuatro puntos en el zurrón. Esperan al Osasuna con el colmillo afilado…y Diego Costa.
Publicado en “El Norte de Castilla” el 21-9-2009
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