lunes, 22 de agosto de 2011

Por las calles de Nueva York


Los que van regresando de sus vacaciones tienen la insana costumbre de contar los detalles, fotos mediante, de sus días de asueto a quien tenga la osadía de ponerse en medio. Si, por un casual, el amigo turista estuvo en Nueva York, no podrá evitar decirte que la ciudad es tal cual se ve en las series o en las películas, que paseando por sus calles uno tiene la sensación de compartir escenario con, por ejemplo, Tom Hanks o Jennifer Aniston. No sorprende la afirmación, a fuerza de repetir insistentemente las imágenes, de que la industria cinematográfica ha conseguido convertir cualquier aspecto local en icono universal. Sin embargo, ese efecto arrastra de partida, una gran mentira: llamar ciudad a lo que solo es su epidermis, los edificios, los monumentos, los parques, los taxis...Pero la apariencia se impone e, igual que el visitante tiene la impresión de que la Estatua de la Libertad es algo ya visto, tendemos a creer que lo que observamos en la pantalla es la realidad y así la lluvia fina del 'american way of life' cala en nuestros interior.

Los músculos, los huesos, los nervios y la sangre de la ciudad, sus gentes, no son los protagonistas de -casi- ninguna serie. De hecho, el nivel de renta medio de los personajes de esas ficciones es seis o siete veces mayor que el del ciudadano corriente. La ciudad que nos muestran es la de una minoría de privilegiados que pululan por Wall Street y tienen acceso a los mejores hospitales y las universidades más selectas. Las penurias no aparecen en pantalla, es de mal gusto, aunque haberlas, haylas. La Nueva York de la tele, la que creemos que existe, la que se parece a la que ve el turista que pasea por sus calles, no es más que una ilusión óptica.
Ese mismo efecto se produce cuando hablamos de los futbolistas. Los que suelen aparecer, a veces hasta el hartazgo, en las teles son el grupo minúsculo de privilegiados que acaparan portadas y cuyas cuentas corrientes rebosan de ceros pero...tras ellos está la realidad y ésta suele tener menos 'glamour'.
Su patronal, la Liga de Fútbol Profesional, pretende enfrentarlos a la sociedad presentándolos como niñatos consentidos. Es cierto que cualquier futbolista de Primera o Segunda División goza de ingresos muy superiores a la grandísima mayoría, pero también lo es que tienen derecho a no ser engañados, a no ser tratados como imbéciles a los que se puede mentir sin riesgo a las consecuencias posteriores. Lo peor del asunto es el corporativismo de los clubes que forman la LFP, van todos de la mano cuando no todos son iguales, los hay que no cumplen y los hay que sí, y estos últimos deberían pedir cuentas a los primeros ya que en los incumplimientos está la trampa que separa el éxito del fracaso. Alguno, sirva de ejemplo, bajó a segunda mientras el Zaragoza evitaba el trago fichando y fichando a pesar de su precaria situación económica.
Los futbolistas reclaman un convenio y un fondo de garantía, no me atrevo a decir si es una petición justa o excesiva, pero lo cierto es que están poniendo sobre el tapete una realidad: el fútbol tiene un serio problema al que se ha llegado por culpa de unos dirigentes nefastos que llegaron a creer que el fútbol no tenía techo, que era invulnerable, algo similar a aquel dogma que garantizaba el perpetuo crecimiento del precio de la vivienda.
En épocas de aparente esplendor se endeudaron hasta las cejas pensando que siempre habría tiempo para sanear, pero el tiempo ha pasado y las deudas ahogan. Cuanto más dinero llegaba, mayor era la deuda. Muchos de ellos llegaron al fútbol por el calor que proporcionaba la cercanía a las instituciones, por el poder que otorga ser dueño de un club de fútbol, para servirse de este deporte. Hoy quisieran huir pero no pueden. Nos contaban que el fútbol era deficitario y ellos estaban ahí porque eran seres cargados de valores filantrópicos en vez de reconocer que estaban dispuestos a perder unos durillos en el fútbol a cambio de las prebendas que esa capacidad de chantaje les proporcionaba. Estos manirrotos han puesto al fútbol a los pies de los caballos y ahora se indignan porque los futbolistas les exigen unas garantías para tener la certeza de que podrán cobrar lo que firman.
Estamos ante otra burbuja que está estallando ante nuestros ojos. La competición futbolística, tal y como la entendemos, corre serio peligro. Aunque, eso sí, la fuerza del fútbol es tan grande que no podrán con él ni dirigentes tan incapaces como los que nos han traído hasta aquí.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 22-08-2011

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