lunes, 10 de octubre de 2011

Cuentos marroquíes

Digamos que sucedió cuando ya no lo esperaba, por eso el gol gritado salió de mi boca con más contundencia, con más rabia, sonó más alto. Un instante después todos cantaron gol y alguno me miró con un gesto que me interrogaba: ¿cómo lo sabía? Sonreí mientras festejaban su gol, coetáneo y de similar ejecución al de Javi Guerra, el que acababa de marcar Marruecos a Tanzania. Solapamos alegrías aunque ellos creyeran que celebrábamos lo mismo. Menos mal, me dije, de haber sido Tanzania quien hubiera atinado con la portería, y teniendo en cuenta mi aspecto, no hubieran dudado de que yo era un tanzano infiltrado y dada la pasión con la que se vive el fútbol podría haber tenido algún problema, al menos alguna mala mirada. Cuando hablo de pasión no exagero, la gran pantalla en la que se observa el litigio entre las selecciones africanas está flanqueada por dos grandes banderas, una del Barça, la otra del Madrid, fotografías de varios equipos españoles comparten espacio con las del soberano (en todas sus acepciones) marroquí. La conexión a internet llega del Cinema Rif de Tánger donde proyectan Larby, una biografía de Ben Barek, futbolista marroquí que triunfó a mediados del siglo pasado en el Atlético de Madrid. Todo huele a fútbol y a viejas historias.
Una de ellas cuenta que en un pequeño pueblo cercano al desierto vivían dos familias muy humildes pero que profesaban distintas religiones, musulmana una, judía la otra. Compartían todo e, incluso, las mujeres tuvieron a su primer hijo el mismo día. Ambos niños se hicieron hombres juntos. Taher y Shlomo, que así se llamaban, habían compartido confidencias y deseos. Soñaban con riquezas futuras que nunca llegaron y decidieron irse del pueblo en busca de la fortuna que allí se les negaba. Pero el futuro ya no es lo que era y sufrieron mil y una penalidades. Exhaustos y muertos de sed creyeron ver a lo lejos un pozo. Arrancaron de sus cuerpos la poca fuerza que aún les quedaba y se arrastraron hasta allí donde, efectivamente, encontraron el agua que necesitaban. Uno de ellos bajó mientras el otro le sujetaba con unas cuerdas. Saciada la sed, el que había bajado encontró, bajo el agua, un cofre con cientos de monedas de oro. El que esperaba arriba, cuando ya había subido el arca, pensó que si dejaba en el fondo a quien había sido su amigo, sería el único dueño del tesoro. Dicho y hecho, tapó el pozo con una piedra y marchó.
Pasadas unas pocas horas, unos beduinos llegaron al pozo y conocieron la historia. Rescataron al chico que salió al encuentro de quien le había traicionado. El resto de la historia es una sucesión de mezquindades entre uno y el otro con la pretensión de ser los únicos dueños del botín.
El Valladolid y el Almería compartieron muchas vicisitudes: juntos peleaban en Segunda División, juntos ascendieron a Primera, casi juntos han visto de nuevo sus huesos estrellados en la roca de la división de plata. Ambos quieren el mismo tesoro, el retorno a la élite. Se respetan tanto que la primera mitad fue un ejercicio de interpretación, ambos parecían mostrar sus cartas (balón largo, prolongación y llegada, los andaluces frente al toque de los castellanos) pero en realidad lo hacían con tal timidez que no se generaba peligro. Hasta que Corona encontró el cofre. Una falta, cien monedas de oro, un gol. Jaime parece tener una maldición, es la segunda que encaja en tres partidos. La de ayer estuvo mal leída por su parte, su colocación era la canónica para intentar detener un lanzamiento ortodoxo -el golpeo de un zurdo- desde el lugar en el que estaba colocado el balón. Pero el que se aprestaba a disparar era el diestro Corona. El portero tapó el palo al que era imposible que llegase el balón dejando abierto el otro flanco.
Desde ese momento, el Valladolid salió en busca de su 'amigo' con la intención de recuperar lo que le correspondía. El Almería se encastilló defendiendo el gol encontrado, su fútbol arcaico, más viejo que la envidia y la avaricia juntas, parecía eficaz. Pero la insistencia es un valor y el fútbol premió un poco a quien más lo merecía. El premio fue escaso en lo tangible para los blanquivioletas aunque aporta una triple satisfacción: el punto en sí mismo, el momento en que se produjo y que el autor fuera Javi Guerra. Digo esto último porque al chico, más que concentrado, se le nota ofuscado. Entre su frustrado fichaje por un equipo de primera, su lesión y los palos que recibe, camina buscando al delantero letal del año pasado. El gol ayudará.
¿Cómo acaba el cuento? Como casi todos con un final feliz, Taher y Shlomo se reconciliaron y compartieron las riquezas. Inshallah. 

Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-10-2011

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