Digamos que sucedió cuando ya no lo esperaba, por
eso el gol gritado salió de mi boca con más contundencia, con más
rabia, sonó más alto. Un instante después todos cantaron gol y alguno me
miró con un gesto que me interrogaba: ¿cómo lo sabía? Sonreí mientras
festejaban su gol, coetáneo y de similar ejecución al de Javi Guerra, el
que acababa de marcar Marruecos a Tanzania. Solapamos alegrías aunque
ellos creyeran que celebrábamos lo mismo. Menos mal, me dije, de haber
sido Tanzania quien hubiera atinado con la portería, y teniendo en
cuenta mi aspecto, no hubieran dudado de que yo era un tanzano
infiltrado y dada la pasión con la que se vive el fútbol podría haber
tenido algún problema, al menos alguna mala mirada. Cuando hablo de
pasión no exagero, la gran pantalla en la que se observa el litigio
entre las selecciones africanas está flanqueada por dos grandes
banderas, una del Barça, la otra del Madrid, fotografías de varios
equipos españoles comparten espacio con las del soberano (en todas sus
acepciones) marroquí. La conexión a internet llega del Cinema Rif de
Tánger donde proyectan Larby, una biografía de Ben Barek, futbolista
marroquí que triunfó a mediados del siglo pasado en el Atlético de
Madrid. Todo huele a fútbol y a viejas historias.
Una de ellas cuenta que en un pequeño pueblo cercano
al desierto vivían dos familias muy humildes pero que profesaban
distintas religiones, musulmana una, judía la otra. Compartían todo e,
incluso, las mujeres tuvieron a su primer hijo el mismo día. Ambos niños
se hicieron hombres juntos. Taher y Shlomo, que así se llamaban, habían
compartido confidencias y deseos. Soñaban con riquezas futuras que
nunca llegaron y decidieron irse del pueblo en busca de la fortuna que
allí se les negaba. Pero el futuro ya no es lo que era y sufrieron mil y
una penalidades. Exhaustos y muertos de sed creyeron ver a lo lejos un
pozo. Arrancaron de sus cuerpos la poca fuerza que aún les quedaba y se
arrastraron hasta allí donde, efectivamente, encontraron el agua que
necesitaban. Uno de ellos bajó mientras el otro le sujetaba con unas
cuerdas. Saciada la sed, el que había bajado encontró, bajo el agua, un
cofre con cientos de monedas de oro. El que esperaba arriba, cuando ya
había subido el arca, pensó que si dejaba en el fondo a quien había sido
su amigo, sería el único dueño del tesoro. Dicho y hecho, tapó el pozo
con una piedra y marchó.
Pasadas unas pocas horas, unos beduinos llegaron al
pozo y conocieron la historia. Rescataron al chico que salió al
encuentro de quien le había traicionado. El resto de la historia es una
sucesión de mezquindades entre uno y el otro con la pretensión de ser
los únicos dueños del botín.
El Valladolid y el Almería compartieron muchas
vicisitudes: juntos peleaban en Segunda División, juntos ascendieron a
Primera, casi juntos han visto de nuevo sus huesos estrellados en la
roca de la división de plata. Ambos quieren el mismo tesoro, el retorno a
la élite. Se respetan tanto que la primera mitad fue un ejercicio de
interpretación, ambos parecían mostrar sus cartas (balón largo,
prolongación y llegada, los andaluces frente al toque de los
castellanos) pero en realidad lo hacían con tal timidez que no se
generaba peligro. Hasta que Corona encontró el cofre. Una falta, cien
monedas de oro, un gol. Jaime parece tener una maldición, es la segunda
que encaja en tres partidos. La de ayer estuvo mal leída por su parte,
su colocación era la canónica para intentar detener un lanzamiento
ortodoxo -el golpeo de un zurdo- desde el lugar en el que estaba
colocado el balón. Pero el que se aprestaba a disparar era el diestro
Corona. El portero tapó el palo al que era imposible que llegase el
balón dejando abierto el otro flanco.
Desde ese momento, el Valladolid salió en busca de su
'amigo' con la intención de recuperar lo que le correspondía. El
Almería se encastilló defendiendo el gol encontrado, su fútbol arcaico,
más viejo que la envidia y la avaricia juntas, parecía eficaz. Pero la
insistencia es un valor y el fútbol premió un poco a quien más lo
merecía. El premio fue escaso en lo tangible para los blanquivioletas
aunque aporta una triple satisfacción: el punto en sí mismo, el momento
en que se produjo y que el autor fuera Javi Guerra. Digo esto último
porque al chico, más que concentrado, se le nota ofuscado. Entre su
frustrado fichaje por un equipo de primera, su lesión y los palos que
recibe, camina buscando al delantero letal del año pasado. El gol
ayudará.
¿Cómo acaba el cuento? Como casi todos con un final
feliz, Taher y Shlomo se reconciliaron y compartieron las riquezas.
Inshallah.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-10-2011
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