Su padre nunca estuvo, su madre respondía con un
frío y escueto 'murió' cuando le preguntaba por él. Al poco su madre
dejó de estar, un coche se la llevó por delante. Sin raíces, Marco
Stanley Fogg deambulaba por la vida 'tutelado' por su tío Víctor, un ser
tan perdido como él, clarinetista de tercera, aspirante a músico
célebre, un hombre que intentó, con tan buena voluntad como escasa
capacidad, cubrir el hueco afectivo que se había abierto en la vida de
Marco. El propio nombre del protagonista incide en ese exilio interior
al evocar a tres personajes en constante peregrinaje: Marco, por el
navegante veneciano; Stanley, por el explorador y periodista de origen
británico, y Fogg, un contracción del apellido original de sus
antepasados a la que se llega por la desidia de un funcionario de
aduanas, apellido idéntico al del protagonista de la novela de Verne 'La
vuelta al mundo en ochenta días'.
En solo ocho, el Real Valladolid ha dado la vuelta a
España por activa, de norte a sur, pasiva, de sur a norte, y
perifrástica, pero ni ha comerciado con especias, ni ha encontrado a su
doctor Livingstone. Ha vuelto a casa enrojecido, además de eliminado de
la Copa y sin terminar de saber quién es en la liga. A veces ofrece
momentos esperanzadores, como el M. S. Fogg adolescente. Otras parece
que ha tomado la decisión de abandonarse a sí mismo esperando una muerte
por inanición como cuando se acaban sus recursos económicos y ya no
tiene a su lado a Víctor. Pero, de repente, cuando todo parece
indefectiblemente perdido, aparece en el último instante Kitty Wu,
rearma al protagonista que, en sus brazos, encuentra la fuerza
suficiente para seguir deambulando.
Este Valladolid desarraigado cuya juventud prometía, más allá de que siempre lo pudiera conseguir, que el balón viviría en contacto con la hierba se encomienda ahora a Manucho, un futbolista que solo es eficaz, y poco, si la pelota viaja por el aire.
Algo falla cuando el equipo está sumergido en
semejante vaivén que le lleva del todo a la nada y viceversa varias
veces en el mismo partido. Ayer, viendo los primeros veinticinco
minutos, habíamos recobrado la esperanza. El Valladolid llegó a Huelva
con más ilusión que Colón el día antes de partir de Palos. Un error, una
tontería, una chiquillada, lo mandó todo al traste. Porque si malo es
que el balón rebote en tu pie cuando lo quieres controlar, peor es que
uno se 'chine' y se deje arrastrar por la frustración. Dicen los que
conducen que si te equivocas es mejor pensar primero y buscar como
rectificar después, que rectificar sin pensar en las consecuencias.
Vamos que si te saltas un cruce es preferible continuar a dar un
volantazo. Tekio prefirió girar bruscamente y terminó en la cuneta. Vio
que su error podía provocar un gol en contra y para subsanarlo no evitó
el gol y dejó al equipo con un jugador menos. Cuando se habla de
experiencia nos referimos a estas cosas. Aprenderá y a ello ayudará
Varela, que experiencia no le falta pero culo tampoco y así no se
consigue, por mucho nombre que se tenga, un puesto en el equipo titular.
El Recre lo tenía todo de cara pero nos enseñó la
mentira con que muchos entrenadores envuelven su discurso. Ante un rival
en inferioridad numérica y con ventaja en el marcador, decidió
atrincherarse esperando los tres puntos en vez de salir en busca de la
fruta. Tiraron una hora a la papelera. Equilibrio lo llaman unos; jugar
con el marcador, otros. En realidad, la definición es más sencilla:
cobardía. Cuando, tras el empate del Pucela, fueron a por el partido,
mostraron que tienen argumentos futbolísticos.
Fogg, protagonista y relator de 'El palacio de la
luna', novela del norteamericano Paul Auster, encuentra un poco de
asiento cuando se topa, casualmente, como todo en este libro, con su
padre. Pero a los pocos días este muere -esta vez de verdad- y llega el
cuarto desarraigo. Todo acaba y, a la vez, todo vuelve a empezar.
Habrá que asumir que este zigzagueo va a ser la línea
habitual de la temporada, morir cuando estemos vivos, resucitar cuando
hayamos muerto. Aunque, por más imaginación que uno quiera poner, nunca
imaginé que la Kitty Wu de este Pucela moribundo pudiera ser Manucho. La
realidad siempre supera a la ficción.
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