Un
paisano se encuentra perdido en el aeropuerto de Londres. Había tenido que
acudir a la capital del Reino Unido debido al fallecimiento de un familiar.
Consigue encontrar la salida y monta en un taxi. Ya dentro del coche, saca una
hoja del bolsillo de su chaqueta y con un tono elevado silabea dirigiéndose al
conductor: 'TRA-FAL-GAR-ES-CUA-RE'. El taxista, con el mismo tono y el mismo
ritmo, le responde: «allá vamos». Durante el trayecto, el paisano va soltando
la lengua y cuenta al taxista la razón de su viaje. Que si ha muerto el hijo de
una prima carnal viuda, que si he tenido que sacar el billete de un día para
otro, que si estuve a punto de no llegar a tiempo porque me perdí en
Valladolid. El conductor, insisto, todo a voz en grito y con una estruendoso
silencio entre sílaba y sílaba, pregunta ¿de dónde es usted? y se produce el
siguiente dialogo:
-De Peñafiel, ¿y usted?
-De Madrigal de las Altas Torres. ¿Lo conoce?
-Claro... pero, ahora que lo pienso, si los dos somos españoles
¿qué hacemos hablando en inglés?
El fútbol de élite que produce y exporta España habla muy alto y se silabea con pases cortos. Sin embargo, en los bajos fondos de la Segunda División y de ahí hacia abajo, muchos equipos han vivido un proceso idéntico al de los sefardíes que, siglos después de su expulsión, son capaces de comunicarse con el castellano de 1492. Estos equipos, y el Huesca de Quique Hernández es un paradigma, se expresan con el mismo idioma futbolístico que llegó de las Islas Británicas hace algo menos de siglo y medio.
En esa jerigonza pronunciada a toda velocidad el Real Valladolid
no pudo meter baza. Cierto es que con su traje impecable fue capaz de
adelantarse en el marcador cuando la conversación no había hecho más que
empezar y que aguantó las embestidas verbales pero fue incapaz de dar réplica o
de hacerse entender en ese idioma más elaborado que dice querer Djukic que
hable su equipo. Aún así fue capaz de soltar otro latigazo y dejar casi zanjado
el debate. Mas no fue así y las voces oscenses agrietaron el deshilachado
discurso blanquivioleta por medio de un penalti que se produjo porque el Pucela
no supo dar réplica a los gritos ni imponer un dialogo sobre argumentos. Si la
conversación se desarrolla en tu área es probable que antes o después ocurra
algo. Y ocurrió. Las voces produjeron ecos y, solo cinco minutos después, se
difuminó la diferencia. Por suerte, el eco del eco acabo en el muslo de
Valiente cuando el tercer dardo de los locales ya se convertía en palabra.
Djukic, a pesar de la proverbial facilidad que tienen los
eslavos para aprender otros idiomas, permaneció callado. Fue incapaz de
modificar las normas del debate. Supongo que tras el partido hablaría consigo
mismo: Si lo del Huesca también es fútbol ¿por qué no lo hemos entendido?
Publicado en "El Norte de Castilla" el 13-11-2011
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