Tres chavales belgas han decidido ponerse el
mundo por montera. Como a Julio Iglesias, les gustan las mujeres y les
gusta el vino. Aunque en esto se diferencian del cantante, que abusaba
del segundo para olvidar a las primeras, ellos nunca tuvieron la
posibilidad de borrar el recuerdo de ninguna mujer por el simple hecho
de que jamás ninguna saltó del plano del deseo al terreno de la
realidad. Para remediar tal situación organizan una excursión por España
con el sueño de dejar aquí su virginidad. Nada les arredra, ni siquiera
las dificultades que por añadidura tienen por el hecho de ser ciego, el
uno; con problemas de movilidad, el segundo, o con la necesidad de
utilizar una silla de ruedas, el tercero. Podrían llamarse Nafti, Víctor
Pérez u Óscar.
El tunecino, desde que llegó hace menos de un año, ha
deambulado por todas las posiciones del centro del campo. Tan pronto
actuaba de volante como de pivote, un día se le pedía llegada y otro
mantener la posición. Con mayor o menor fortuna, en el campo siempre
mostró implicación con el colectivo y dio muestras de su coraje. Hoy se
ha asentado como eje único del centro del campo. El jugador ha recibido
una encomienda y pone tal empeño en ella que parece haber mudado su
naturaleza, ha dejado de ser el disperso todoterreno, el alumno con
déficit de atención para dar paso al chico metódico que aporta orden
defensivo. Un esfuerzo plausible, aunque haya que reconocer que adolece
de la falta de una visión de juego deseable en quien ocupa dicha
posición.
El recién llegado Víctor Pérez aporta toque y se
vislumbra en él capacidad para encabezar las transiciones
defensa-ataque. Tiene menos experiencia que sus dos colegas y, visto
desde fuera, padece de una timidez que le inmoviliza. Le amedrenta más
el protagonismo que el choque, tiene más miedo a lo accesorio que a los
rivales. Era sospechoso que un jugador de su calidad no se hubiera
asentado como titular en la SD Huesca y puede que ahí esté parte de la
explicación.
Si Víctor a veces parece el hombre invisible, Óscar
lleva sobre sus espaldas la etiqueta de hombre intermitente. Superior
por calidad técnica y conocimiento del juego a casi todos los jugadores
de la categoría, no termina de imponerse como el amo del territorio. Hay
ratos en los exhibe estas cualidades, instantes para el deleite, pero
en otros, cuando el juego se pone terco, cuando los partidos bajan al
subsuelo, la ciudad se vuelve inaccesible. De repente las aceras no
tienen rebajes y el ruido de los coches se amontona en su cerebro.
Siempre, eso sí, deja un retazo, ayer el pase del primer gol, que aporta
valor añadido al juego del equipo.
Los tres aspiran a que el viaje culmine tras haber
cumplido sus propósitos, los individuales y los colectivos. Ayer
ayudaron a conseguir tres puntos con sabor a espiga de oro. Hasta la
vista.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 6-11-2011
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