Una fotografía tiene el poder de
mentir. Más que nada porque capta un instante y muestra un espacio concreto.
Sobre Francia se ha creado una idea que parte de una simple foto, de una imagen
fija, pero no puede ser lo mismo París que un pueblo de la Bretaña, ni se
parecen los años sesenta a los de la década pasada. También influyen, cómo no,
los ojos del que mira, la foto y Francia. Para nuestros padres, el país vecino
era a la vez un referente y un escándalo. Se le admiraba tanto como se le
criticaba, unos envidiaban su libertad y otros se hacían cruces ante sus
costumbres (eufemismo para no hablar de sexo). Francia era el paraíso y la
perversión. Nuestros hijos ya no ven esas diferencias, hay matices, eso sí,
pero los Pirineos han dejado de ser cordillera.
Cuando Mauri García Vecino pisó Francia por primera vez, Francia estaba
muy lejos. Era octubre de 1964. Su padre había encontrado trabajo en una
serrería unos meses antes, “No es cierto que todos los emigrantes españoles salieran
con un contrato, mi padre fue con un visado de turista, encontró trabajo en
Arbus, poco después fuimos también mi madre y yo”. Mauri tenía catorce años y
estuvo yendo a la escuela durante los seis meses que duró esa primera estancia.
No hablaba francés pero el recibimiento fue muy cordial. La segunda parada, y
última, vino de la mano de una mejora laboral, su padre pasó a trabajar en una
carnicería en Nay, a medio camino entre Pau y Lourdes. Una vez asentados, ella
empezó a trabajar en una empresa textil en la que “no sintió ningún rechazo
aunque tenía que trabajar muy duro para poder enviar divisas”. Unas vacaciones
le sirvieron para conocer e Benito Espinilla, tres años después, recuerda
Benito, “Con la mili terminada me fui con Mauri, a los pocos meses tuvimos que
decidir si seguíamos en Francia o entraba a trabajar en Fasa, nos volvimos”.
De aquellos años resaltan ambos
la gran cantidad de ayudas sociales prestadas por el estado francés y lo mucho
que recuerdan ese tiempo cuando pasean por la Rondilla y ven a otros que, como
ellos, dejaron su tierra con la intención de labrarse un futuro en otra
sociedad.
Paradojas de la vida, la hija de
ambos, María del Mar, lleva diez años viviendo en París donde, entre otras
cosas, fue coreógrafa de la selección francesa de gimnasia rítmica.
Entre la nutrida emigración hacia
Francia de aquellas décadas estaban también los cuatro abuelos de Álex Izquierdo quienes establecieron su
residencia en Haute-Savoie. Él siempre vivió aquí pero, aprovechando su
conocimiento del idioma, engatusó (o le engatusó) una estudiante Erasmus. Con
ella fue a Lille en 2007, allí permaneció un año. Fin de la relación, fin de la
historia. En 2001, en esa misma ciudad, fronteriza con Bélgica, David Centeno disfrutó (¿se puede decir
de otra manera?) de su beca Erasmus. Decidió permanecer más tiempo y el año
siguiente lo pasó en Rouen trabajando en una cadena de supermercados. Los dos
coinciden en que los ciclos vitales son más cortos en Francia, se van antes de
casa, se casan antes, se divorcian antes. El concepto de familia es, por tanto,
distinto. No es que les falte apego pero, entre comodidad y libertad, eligen
siempre la segunda opción. Les sorprenden los pretendidos recelos que se
quieren ver desde España en el vecino del norte. “No hay tal, ellos ven como
rivales a Inglaterra o Alemania; a España la miran con simpatía y
condescendencia, vamos, como nosotros a Portugal.” Aunque ese sentimiento no
está reñido con el interés, sobre todo por dos momentos históricos concretos:
la Guerra Civil y la Transición. La primera por el hecho de que recibieron a
miles de exiliados y recuerdan que muchos de esos militares republicanos
combatieron frente a los nazis, no en vano, de ellos estaba formada la primera
unidad que entró en París en 1945. Aunque ahora resulta que todos los franceses
de esa generación fueron miembros de la ‘Resistence’ (ríen todos mientras lo
cuentan), como los de la siguiente participaron, también todos, en el Mayo del
68. De la Transición les sorprende el modelo de estado que se ahormó, sobre
todo por el proceso de descentralización. A la centralista Francia, a la que
sabe diferenciar el Estado de la política partidaria, le sigue chocando tanto ente
y tan poco respeto institucional.
Quien también estuvo durante dos
etapas en Francia fue María Carracedo,
la primera en el 99, vivió en París donde realizó funciones de programadora
informática, la segunda en 2005 le llevó a Niort, allí trabajó en un Hogar de
Jóvenes Trabajadores. Cuenta que en Francia, si hablas francés, estás integrado.
Existe una gran conciencia multicultural pero, siempre un ‘pero’, las
diferencias económicas siguen generando conflicto. Aquellos inmigrantes que
llegaron a mediados del siglo pasado no encontraron problemas, sin embargo sus
hijos, que ya nacieron en Francia, no ven el futuro de la misma forma, sienten
que la sociedad les ha arrinconado y por ello ha crecido la rabia y se han ido
produciendo enfrentamientos con cierta frecuencia en la periferia de las
grandes ciudades.
Una fotografía esconde más que
muestra, sobre todo cuando el objetivo se quiere fijar en realidades tan
poliédricas o en culturas tan vivas como las francesas. Eso sí, es mejor ver la
fotografía, que hacerte una idea de lo que en ella se refleja por lo que te
cuentan. La percepción de Francia no tiene nada que ver si quien te habla ha
vivido allí o es alguien que se deja arrastrar por lo que le han dicho, por lo
que ha oído.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 23-06-2012
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