jueves, 7 de junio de 2012

Ovejas y lobos

Pedro gritó por primera vez reclamando auxilio. Inmediatamente todos los vecinos acudieron a lo alto del monte de donde provenían las voces para socorrer al joven pastorcillo cuyas ovejas estaban a punto de ser devoradas por los lobos. Dejaron sus labores porque estas podían esperar, ayudar a su paisano tenía prioridad, los lobos no esperan. En sus manos llevaban los mismas herramientas con las que aventaban el grano o cavaban la tierra para utilizarlas como armas con las que podrían ahuyentar a la jauría. Pero no tuvieron que utilizarlas, cuando llegaron  se encontraron a Pedro sobre el tronco de un árbol que le servía de asiento. Sudorosos por el esfuerzo y enfadados por el engaño bajaron el monte y retomaron sus tareas.
Pasadas unas semanas volvieron a oírse gritos pidiendo socorro que provenían del mismo sitio. Los vecinos se miraron antes de arrancar en estampida para ofrecer el auxilio que se les pedía. Dudaron pero subieron. Arriba, Pedro se reía por segunda vez de sus vecinos mientras estos jadeaban tras el esfuerzo realizado. Pocos días después hasta el pie del monte volvieron a llegar los mismas voces proveniente de una garganta que se desgañitaba: -¡Qué viene el lobo!¡Socorro!¡Subid a ayudarme o devorará todo el rebaño!
Esta vez nadie acudió a la llamada. Al caer la noche, los campesinos vieron a Pedro bajar como todos los días pero sin sus ovejas detrás. Al llegar a su altura le preguntaron qué había pasado y este, llorando, les dijo que los lobos habían matado a todas y les reprochó entre lágrimas que no hubieran acudido a su llamada. Uno de los labriegos se acercó a consolarlo. Pedro, le dijo, recuerda aquellas dos veces que nos hiciste subir a todos y te encontramos riéndote de todos nosotros. Esta tarde, simplemente, no te creímos.
La parábola de Pedro y el lobo es de sobra conocida, cualquier niño la ha escuchado cuando ha querido esconder alguna trastada con una mentira. Ayer, cuando Jaime reclamaba ayuda médica, todos recordamos los encuentros de la promoción del año pasado ante el Elche. Unos pensarían que el fin justifica los medios, otros que este tipo de conductas son reprobables las cometa quien las cometa y juegue donde juegue, pero todos estaban convencidos de que el portero blanquivioleta había vuelto a las andadas. Las caras del delegado del Valladolid o del árbitro daban a entender que ellos tampoco.  Pero esta vez el lobo que muerde los músculos de los deportistas había hincado el diente de verdad.
Del mismo cuento podemos extraer otra enseñanza menos evidente pero más contundente: cualquier colectivo que pretenda sobrevivir necesita que sus miembros sepan diferenciar lo prioritario de lo que puede esperar y actúen conforme a esa escala. Hay una palabra que por sí sola define esta actitud: solidaridad.
No creo que Djukic les haya leído 'Pedro y el lobo' en el vestuario, ni siquiera que les haya obligado a escuchar la sinfonía que compuso Sergei Prokofiev basándose en el viejo cuento ruso, pero los jugadores del Valladolid demostraron en Córdoba que tienen claro que sus prioridades son las del equipo. No podemos decir que, salvo en la parte final del primer tiempo, el equipo luciera el juego brillante que le hemos visto realizar otras tardes, pero cada llamada de auxilio de un jugador  era atendida por otro  que acudía presto para espantar los peligros del lobo cordobés. El Real Valladolid ha realzado el sentido de la solidaridad como patrón de conducta. De esta manera han podido salir con vida del primer enfrentamiento y han podido volver a casa con todas las ovejas. Aquí, en el monte Zorrilla, los lobos vestirán de blanquivioleta.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 07-06-2012

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