Si
realizásemos un experimento similar a los de Pavlov donde España fuese la
campana con la que se estimulara el oído de un italiano, Barcelona sería la
respuesta condicional. La ciudad condal
les fascina; visitarla, vivir en ella, es el sueño de los habitantes de este
país en forma de bota que va cambiando de color social, político y económico,
según subimos la cremallera. Andrea Camilleri es uno de sus escritores más
conocidos gracias a su serie de novelas cortas protagonizadas por el Inspector
Montalbano, nombre que sirve como homenaje a Manuel Vázquez Montalbán, el
creador de otro detective novelesco: Pepe Carvalho. Desde el balcón de sus casi
noventa años, Camilleri, en una entrevista concedida a la vallisoletana Rosa Martínez, decía que tampoco a él le resultaba fácil
entender Italia.
Asumiendo
que el reto es imposible, intentaremos acercarnos un poco. Si Camilleri no es
capaz de pintar un lienzo, nos conformaremos con ocho brochazos de la mano de
un grupo de estudiantes que realizaron allí uno de sus cursos gracias a una
beca Erasmus. Ninguno de ellos, más allá de los tópicos, podía decir tres
frases sobre Italia antes de saber que ese iba a ser su destino. En cualquier
caso no se amilanaron porque, entre otras cosas, el idioma no iba a ser una barrera:
no lo conocían pero un curso intensivo les permitió hacerse entender en cuanto
llegaron. Solventado el primer problema llegaron las primeras sensaciones. A
pesar de lo que se pudiera pensar es un país muy distinto a España, más que
nada porque es distinto a él mismo: las diferencias entre el sur y el norte son abismales, son dos países
distintos sin una frontera definida, a medida que se baja todo se va
degradando.
En
eso coinciden todos, tanto Brais
Iglesias, César Navares, Laura Fraile y Edgar Verdugo, que miraban desde la
nórdica Turín, como Laura Cruz y Silvia Lastras destinadas el tacón de
la bota, la sureña Lecce, o Beatriz
Pérez y Arturo del Olmo cuya
peripecia se desarrolló en la más equidistante Roma. Arturo del Olmo cree que
en el sur se desconfía de un estado que siempre les maltrató y que eso hizo
necesaria una alternativa social, un proceso de autogestión, que pudo servir
para que la mafia encontrara el caldo de cultivo ideal para desarrollarse. El
norte es mucho más rico pero vive también envuelto en apariencia: pueden vestir
ropa cara y a la vez pedir tabaco en la calle. Además son menos alegres y mucho
más cerrados.
A
pesar de las diferencias entre el norte y el sur existen muchas cosas que les
unen, una de ellas es el papel de la Iglesia Católica, tener inmerso el estado
Vaticano imprime carácter tanto en las costumbres, es frecuente encontrarse en
cualquier vía gente arrodillada frente a un altar dedicado a un santo o a la
Madonna, como en las decisiones legales, la píldora del día después solo se
pude adquirir si es con receta médica. Cuentan el caso de Bérgamo, una ciudad
que no tiene discotecas en su centro por un compromiso adquirido por sus
ciudadanos con la iglesia durante la II Guerra Mundial. Al sentirse protegidos
por ella se comprometieron a alejar el vicio de la ciudad y siguen cumpliendo.
Eso sí, a falta de locales de esparcimiento, Bérgamo es la ciudad con más
oficinas bancarias por habitante.
Otro
de los lazos de unión es el sentido de pertenencia a Italia. La secesionista Liga
Norte no pretende emanciparse del país sino erigirse en la Italia verdadera y
expulsar a quienes consideran que viven a su costa. Sus votantes, más que
afirmar esa voluntad rupturista, les apoyan porque proponen un cambio fiscal
que les beneficia. La pasta es la pasta y no hablamos de gastronomía.
Nuestros
ocho protagonistas vivieron en una Italia presidida por Berlusconi. Aunque
recuerdan que había mucha contestación en la calle, de hecho el entonces primer
ministro vio como algunas de sus propuestas (reincorporación de la energía
nuclear, la privatización del suministro del agua y la denominada “ley de
amnistía”) fueron derrotadas en referéndum, no hubo forma, sin embargo, de que
una propuesta creíble le derribara en las urnas. Entre un núcleo duro que le
apoyaba y la división de los partidos que podrían haber sido su alternativa
Berlusconi se sintió invulnerable. Hasta que la Unión Europea impusiera un
gobierno de base tecnocrática presidido por Mario Monti.
Tras
abordar estas reflexiones, la conversación va entrando en un terreno más
cotidiano. Hablan de las relaciones entre hombres y mujeres, más parecidas a
las que pudieron tener sus padres que a las que ellos han vivido: ellos van
siempre con ropa de marca y son muy pesados, no es tópico, al fin y al cabo se
sienten obligados porque está mal visto que sea ella la que dé el primer paso o
que pague en cualquier bar o restaurante. Las cuatro chicas del grupo dicen que
sus colegas italianas van siempre muy pintadas y son más cerradas que las
españolas. Se ríen y añaden entre risas que quizá por eso dicen que les
gustamos las españolas.
Alaban
la comida italiana, pasta o risotto a diario, echaron de menos la cultura de
bar durante el día y se sorprendieron porque fuese casi imposible encontrar
cubitos de hielo.
Estuvieron
un año, han vuelto después y lo seguirán haciendo porque, como todo lo
indescriptible, Italia engancha a los que vivieron en ella y a los que son de
allí. El propio Camilleri reconoce que no podría vivir mucho tiempo fuera de
Italia a pesar de sus críticas continuas, de sus lamentos por el bajo nivel
cultural de sus compatriotas, de su falta de memoria “salvo para recordar la alineación de su
equipo de fútbol de 1928”. Pues recordando, habrá que indicar que la selección
italiana, la azzurra se ha convertido en candidato al título en esta Eurocopa
por derecho propio: como cuando ganó dos últimos mundiales, llega llena de
dudas y enredada en conflictos de corrupción. Apunten otro dato a su favor, los
dos últimos vencedores fueron Grecia y España. ¿A alguien
le sorprendería que fuese Italia la siguiente en esta lista?
Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-05-2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario