A Pablo Picasso se le atribuyen dos frases aparentemente contradictorias pero que en el fondo no lo son. Dicen que una vez afirmó, al ser preguntado acerca del método que utilizaba para buscar la inspiración, que él no buscaba, simplemente, encontraba. Así dicho, parecía un canto a la improvisación, una forma de ‘ir de genio’ que desdeñaba el trabajo dejando todo en manos de un instante de iluminación.
En otra ocasión, el pintor de origen malagueño respondía que las musas existen, pero que cuando llegan te tienen que encontrar trabajando. Ahora se empeña en recalcar la importancia de la insistencia, valora las horas que, pincel en mano, pasó sin dar el visto bueno al resultado, reconoce la necesidad de esos miles de metros cuadrados de lienzo convertidos en una pelota y pateados hacia alguna papelera antes de culminar cualquiera de sus obras.
A bote pronto parece desdecir con una a la otra, pero dejadas reposar, ambas frases se complementan; con la primera apunta y con la segunda dispara: Genialidad al servicio del trabajo, trabajo al servicio de la genialidad.
También es cierto que estas afirmaciones las puede hacer una persona con alma de artista y sin apremio para vender un cuadro porque la espalda está cubierta. Los futbolistas de Primera División tienen ingresos para no temer por su futuro inmediato pero, salvo excepciones, se sienten más trabajadores de una cadena que artistas. Cuando fueron niños soñaron con realizar genialidades sobre el césped, ahora, ya adultos, están más pendientes de que no se escape una pieza que de dibujar el ‘Guernica’ en el aire. Más aún cuando los equipos en los que prestan sus servicios se ven inmersos en dificultades clasificatorias y temen por un descenso que es estigma y ruina deportiva. En estas condiciones, con la mano de la responsabilidad agarrando la camiseta, los futbolistas insisten en buscar pero no encuentran, no dejan de trabajar pero cuando la musa llega les pilla en otros menesteres. Así, esperan que, sin buscar argumentos, ni encontrar caminos, el gol llegue por sí solo. Amasando un patadón, un balón rechazado, un error de los rivales y una pizca de fortuna se puede hornear un gol, pero lo normal, con esos ingredientes, es dormir sin cenar. El Dépor camina último porque es inofensivo, pero será más inofensivo cuánto más último camine. En casa, frente a un equipo de su liga, parecía atenazado e, incluso, cuando dominaba, lo hacía sin ofrecer en ningún momento la sensación de que de su mano pudiera salir un cuadro digno. El Valladolid, menos necesitado pero tan consciente o más del valor final de los puntos, entendió que uno era bueno y si, sin buscar ni encontrar, podía aprovechar un despiste, miel sobre hojuelas. Y pudo ser pero, un paisano de Picasso, Javi Guerra, sigue obsesionado con la pérdida del gol, empeñado en buscar, y cegado por su obstinación. Así, por más que ella quiera la cita, será imposible que vea a la musa.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 18-12-2012
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