Las copas se alzan y alguien grita ¡salud! Alguien presente en el
brindis asiente y añade ¡dinero y amor! Esas tres palabras dan título a un
clásico bolero que remarca que son la base sobre la que se asienta la
felicidad, tan es así que quien tenga la suerte de poder gozarlas al mismo
tiempo debe dar gracias a Dios. La banda de rock Los Rodríguez no quiere ser
menos y otorga el mismo título a una de sus composiciones en la que descorcha
una botella de vino para brindar por los buenos viejos tiempos en los que
derrocharon las tres, ahora, sin ninguna, ese recuerdo es el mejor homenaje o,
en todo caso, la única forma de disfrutar un presente sin otro asiento que la nostalgia.
Al fin y al cabo cuando falla alguna de ellas parece que todo se desmorona
alrededor, que toda la fuerza que creímos tener se cimentaba con esas tres
bases: una salud que nos permite levantarnos cada mañana con ganas de poder con
el mundo, el dinero suficiente para que no haya espacio en la cabeza para
pensar en su ausencia y amor concreto o difuso, personas que te quieran y que
quieran ser queridas, un entorno afectivo que impida la sensación de soledad en
un mundo lleno de gentes que transitan a tu lado a las que pareces no importar,
a las que, de hecho, no importas.
El Real Valladolid tenía las tres: el optimismo propio del ascenso le hacía sentirse amado; de dinero no va sobrado, es una obviedad, pero los tiempos de incertidumbre sobre la propia supervivencia parecen haber pasado; y la tabla clasificatoria es un electrocardiograma que muestra un estado bien saludable. Pero de repente todo se trunca, un día te levantas con dolor de cabeza y no tienes claro si es la resaca consecuente de tanto brindis o un verdadero problema por el que te deberías preocupar. Notas que te falta la salud hiperbólica que muestra Manucho, el dinero que Óscar reparte con los pies y el amor que despliega Víctor Pérez por sus compañeros escondiendo los errores de estos. Sin los tres pilares, lo que era un cuerpo rocoso, consistente y capaz, se torna en un equipo lechoso, blandito y vulnerable, expuesto a los vaivenes a los que le somete el día a día y sin capacidad de respuesta cuando vienen mal dadas, cuando un árbitro yerra y te condena a remontar o a morir.
No es, no puede ser, excusa el yerro del juez para justificar esta
derrota, no es suficiente arena para tapar los agujeros que el equipo tuvo en
Vigo. No es razón pero merece una reflexión la actuación de Velasco Carballo.
Es concebible que se equivoque señalando un penalti que no se cometió pero me
sorprende que, tras señalar otro a favor del Valladolid, no expulsara al
portero local. La norma indica que ese es el castigo correspondiente al jugador
que comete una infracción evitando una ocasión manifiesta de gol. Para saber si
dicha ocasión es manifiesta o no, se aplican una serie de criterios (que el
infractor sea el último hombre, que el regate no te aleje de la portería…). Pero
eso son criterios para entender una norma, no son la norma en sí. La zancadilla
de Javi Varas a su tocayo Guerra, por más que este regatease hacia fuera, evitó
un gol cantado. No lo entendió así el trencilla de turno. Los árbitros parecen
más pendientes de aplicar las normas sobre la base de esos criterios
implicándose menos en el conocimiento del juego. Siguen un camino recorrido por
una sociedad que dedica su esfuerzo a cumplir con lo que le piden en vez de
disfrutar de la vida, de la salud, del dinero, del amor.
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