Una de esas estadísticas realizadas a ojo de buen cubero nos dice que a los museos acuden los que llegan de fuera ya que están ansiosos por conocer la ciudad que eligieron para pasar unos días. Los propios de la tierra, sin embargo, siempre posponen la visita porque hay más días que longanizas. Al final, los días pasan y las longanizas terminan por despedir olor a rancio. Algo de ese efecto museo debe sufrirlo el Real Valladolid, muchos aficionados locales han pensado que tiempo tendrán más adelante, y han decidido que ahora es momento de disfrutar de las fiestas del pueblo, que ‘pa’ eso lo tenemos. Un conflicto que viene de nuevas, el fútbol, antaño, tenía su tiempo a partir de septiembre, las fiestas en agosto. La avaricia (y la cortedad de miras) de los ‘amos del cotarro’ no tiene límites ni en el calendario y así las temporadas se suceden sin respetar el periodo de siesta.
Las fiestas de Bilbao deben ser peores, o los de la capital vizcaína no padecen tal síndrome museístico, el caso es que los de allí, entre su ‘aste nagusía’ y el Atlhetic han optado por el fútbol. Supongo que tampoco comparten que la temporada futbolística haya invadido el territorio de medio agosto pero lo demuestran sin menoscabo del apoyo que aportan a su equipo. Un apoyo que es el fútbol en sí mismo porque, más allá del juego, el fútbol es el vapor que se condensa de esa pasión colectiva. Una pasión irracional que la razón no consigue sostener argumentalmente y, por tanto, desprecia como se desprecia lo que no cabe en una mirada. La razón, insisto, cabalga a lomos de una superioridad moral que no le corresponde, lo irracional (advierto, no la sinrazón) es la base de una buena parte de nuestros comportamientos, incluso los más excelsos. Nada hay, aparentemente más fuera de esa razón convencional que lo inútil y, al menos a juicio de Óscar Wilde en el prefacio de ‘El retrato de Dorian Gray’ todo arte es completamente inútil. Podemos perdonar, dice, a un hombre por hacer una cosa útil siempre que no la admire. La única excusa para hacer una cosa inútil es que uno la admire profundamente.
Las fiestas de Bilbao deben ser peores, o los de la capital vizcaína no padecen tal síndrome museístico, el caso es que los de allí, entre su ‘aste nagusía’ y el Atlhetic han optado por el fútbol. Supongo que tampoco comparten que la temporada futbolística haya invadido el territorio de medio agosto pero lo demuestran sin menoscabo del apoyo que aportan a su equipo. Un apoyo que es el fútbol en sí mismo porque, más allá del juego, el fútbol es el vapor que se condensa de esa pasión colectiva. Una pasión irracional que la razón no consigue sostener argumentalmente y, por tanto, desprecia como se desprecia lo que no cabe en una mirada. La razón, insisto, cabalga a lomos de una superioridad moral que no le corresponde, lo irracional (advierto, no la sinrazón) es la base de una buena parte de nuestros comportamientos, incluso los más excelsos. Nada hay, aparentemente más fuera de esa razón convencional que lo inútil y, al menos a juicio de Óscar Wilde en el prefacio de ‘El retrato de Dorian Gray’ todo arte es completamente inútil. Podemos perdonar, dice, a un hombre por hacer una cosa útil siempre que no la admire. La única excusa para hacer una cosa inútil es que uno la admire profundamente.
Los ojos del aficionado sufren la distorsión de los que no se resignan al sopor de lo cotidiano, siendo conscientes de que esa forma de vivir te obliga a beber el té como lo hacen en el desierto, en tres vasos: el primero amargo como la vida, el siguiente fuerte como el amor y para terminar el tercero dulce como la muerte. Al final todo se resume en los cinco versos recogidos por San Juan de la Cruz y que aparecen en una joyita sentimental (al menos para sus paisanos) que bucea en el pasado del abulense pueblo de Rasueros: ‘Quien no sabe de penas/en este triste valle de dolores,/no sabe de buenas/ni ha gustado de amores,/pues penas es el traje de amadores’. Y de penas sabe mucho el aficionado blanquivioleta. Por si quedaba algún iluso, el arranque del año le ha devuelto a su sitio, el camino no parece asfaltado. El equipo inicial era, salvo el portero, el del año pasado. Parece que Juan Ignacio Martínez, ese entrenador que viste como lo haría cualquier señor castellano para ir a misa, respeta los viejos códigos e irá introduciendo a los recién llegados de forma paulatina. Iremos viendo. La primera ha sido una pedrada en la frente que deja más enigmas que certezas, no dispara las expectativas pero no hunde las esperanzas. Siguiendo con Dorian Gray: ‘La risa no es en absoluto un mal principio pero es con mucho el mejor final’. Una risa que en blanquivioleta llegará cuando debe llegar el fútbol, después de las fiestas.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 18-08-20143
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