Imagino la cara de aquel joven ginecólogo que,
apoyado en la barandilla del balcón, habla por teléfono con su hermano.
‘Bien, bien’, dice, ‘ha merecido la pena viajar hasta aquí’. Recordaba
la primera (y única) vez que atendió un parto en su provincia, tiró
con tal fuerza del niño que le ‘arrancó’ de su madre produciendo en esta
una hemorragia con fatales consecuencias. Con tanto vigor tiró que, a
resultas del propio impulso, el bebé se le resbaló de las manos y voló
hasta que encontró un freno en la cabeza de su propio padre. Ambos
murieron en el acto. Con el auricular en la mano, el médico sonreía
satisfecho. Lejos, aunque no hubiera pasado tanto tiempo, quedaba aquel
día en que el Colegio de Médicos le había expedientado y él decidió irse
a otro lado. Ahora estaba en ese otro lado hablando con su hermano.
¿Cómo te está yendo? Bien, bien, ha merecido la pena viajar hasta aquí,
ya he atendido un parto y he conseguido que sobreviviera el padre.
Imagino las caras sucesivas de los dos últimos presidentes del gobierno
en el transcurso de cualquiera de esas reuniones con los representantes
(juntos o por separado) de la ‘troika’ europea. Sonríen, pero no por
mantener las formas, ni siquiera por atender aquel consejo de Sun
Tzu: «Si eres débil, muestrate fuerte, y si eres fuerte, muéstrate
débil». Sonríen porque podrán decir que no habrá necesidad de que nos
intervengan, porque nuestras cuentas gozan de buena salud, que los
recortes serán menos de los que habían pensado que serían cuando iban
hacia la Bruselas de turno y que ¡cómo no! por recibir tan buenas
nuevas, el viaje había merecido la pena.
Imagino la cara de Juan Ignacio Martínez, ese entrenador que viste como
lo haría cualquier señor castellano para ir a misa, tras el partido de
ayer. Mascando chicle y con las manos recogidas en los bolsos paseaba
por el área técnica sabiendo que nada de lo que hiciera o dijera
modificaría lo que iba a ocurrir sí o sí. Porque de que fuese ‘no’ había
las mismas posibilidades que de amanecer mañana con treinta grados de
temperatura en las calles de Pucela. Casos se han dado, dirá alguno,
vale sí, casos se han dado, pero no están los tiempos para tonterías.
Comparar el nivel de unos y de otros es tan estúpido como programar el
mismo plan antiincendios en el Empire State Building y en un palomar de
mi pueblo. Tienen en común que son dos edificios, punto, el resto,
insisto, es tontería. Así, por más declaraciones políticamente correctas
que hagan los protagonistas (no hay enemigo pequeño, dirán ellos; somos
once contra once, contestaremos nosotros), sabemos que todo es parte de
una obra de teatro en la que cada cual dice lo que tiene que decir,
aunque todos sepamos que la realidad es otra.
Imagino, digo, la cara del entrenador sonriendo tras el partido y, de la
misma forma que el joven ginecólogo o los últimos presidentes,
buscando una lectura positiva y diciendo: «El viaje ha merecido la pena,
hemos ganado tres puntos». Ante la estupefacción de los contertulios,
el señor Martínez explicaría que, de no haber acudido a la capital les
habrían sancionado con tres puntos. Al final el que no se consuela es
porque no quiere. Y empieza a faltar consuelo.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-12-2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario