En distintas
proporciones, eso sí, pero todos estamos formados por dos seres que se oponen
y, a la par, se complementan como lo hacen el hidrógeno y el oxígeno para
formar el agua: el uno ejerce de contable y cuenta, de albañil y construye
casas, de tantas y tantas cosas que nos son imprescindibles para el devenir
diario; el otro, simplemente, se deleita contemplando un cuadro, se emociona leyendo
un libro, se desasosiega cuando un pellizco le rasga el corazón, se le cae la
baba cuando coge en brazos por primera vez a su hijo o a su nieto. El alma de
un aficionado al fútbol padece también este desdoble. Por un lado está
pendiente del resultado, disfruta viendo el fútbol, pero las revueltas del
marcador le alteran el ritmo cardiaco; cuando su equipo gana da todo por bien
empleado. El otro se emociona y exclama un ohhhh lleno de haches cuando algo
imprevistamente bello sucede. Ese momento, esa jugada, se refugia en algún
punto de la retina para aparecer de tanto en tanto. Uno de esos instantes
mágicos se produjo ayer en el Nuevo Colombino. Óscar ha ejercido de sí mismo en
esa versión que, si fuera constante, le habría llevado a la cumbre del fútbol. El
pase que regala a Roger en la jugada del primer gol es para ponerse de pie.
Pero faltaba lo mejor. El salmantino, en modo genio, se ha inventado un remate
que la mayoría de los jugadores no podrían ni imaginar. Lo ha ejecutado con una
plasticidad propia del ballet, con un estilo y a una velocidad de karateka, con
la precisión de un cirujano. Un gol de los que no se cantan, se admiran. Y se
admiran, en este caso, en el pequeño corrillo que se preocupa de lo que ocurre
en la ‘remota’ Segunda División. Si la firma la hubieran puesto otros con más
renombre daría la vuelta al mundo. ¿Qué se va a hacer? El mundo se lo pierde.
Sin embargo, la
parte contable del alma no desiste en su afán por devolvernos a la realidad. El
Real Valladolid ha vuelto a vencer en un partido lejos de Zorrilla, buena
noticia, pero los dos predecesores, los que habrían de fallar para abrir el
camino, no lo han hecho. La situación es la misma; el tiempo, una semana menos.
El contable muestra, también, unos informes que alientan la esperanza. En
primer lugar, parece que el Pucela recobra el tipo. Es cierto que el rival de
hoy es el último de la fila, pero el equipo mostró hechuras, formas, ese algo
indeleble que se percibimos mejor que se explica. En segundo, no sé si por
voluntad del entrenador o por mera cuestión casual, la pareja Sastre-Rubio ha
acaparado protagonismo. Nada escribiré del capitán porque sería repetirme, pero
el catalán a su lado encuentra el ecosistema en el que mejor se desenvuelve. Y
para acabar, está Roger. No sabremos, ni merece la pena perder un minuto, en
elucubrar qué hubiera sido de los blanquivioletas sin la lesión de su
delantero. El hecho es que está y que su presencia aporta, amén de sus
cualidades técnicas y tácticas, amén de sus goles, la mordiente, la chicha, la
vida, que todo equipo necesita. Más que
añorar lo que pudo haber sido, es el momento de celebrar que contamos con él.
El contable
comprueba que no le va a dar para aprovechar la primera oportunidad pero se
muestra esperanzado, cree que las cuentas saldrán en el reenganche. El lector
pasea obnubilado recitando una y otra vez el verso compuesto por Óscar. Dos
almas, un cuerpo.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-05-2015
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