Es un recurso muy manido aquel de comparar con un mal estudiante a quienes dejan para el final el trabajo que se ha de realizar a lo largo del año, pero en el caso del Pucela el símil viene al pelo. No tanto por el hecho de ver cómo se frustraban las aspiraciones del ascenso directo teniendo que jugarse el curso en un siempre imprevisible examen final, cuanto por no haber sido capaz de lograr una idea reconocible de juego para, posteriormente, poder plasmarla en el terreno de juego. Durante el curso, el estudiante blanquivioleta, no fue capaz de encontrar un método de estudio, los probó todos menos el fundamental: apostar por uno y tener paciencia. Con varias asignaturas suspendidas, hubo de recurrir al septiembre de la promoción, para, a las primeras de cambio, certificar que seguía sin haber aprendido. La empollada final solo sirvió para mostrar las carencias metodológicas. No es casual el exagerado número de faltas realizadas por el Pucela, la ingente cantidad de tarjetas amarillas recibidas; no lo es que, en dos partidos, cuatro jugadores hayan sido expulsados.
El entusiasmo, la ilusión, las ganas y el tesón son buenos aditamentos, pero no pueden ser la sustancia de nada. Sin un proyecto que las respalde, componen un ejercicio de voluntarismo que arrastra a la impotencia, a la desesperación, a las prisas por llegar a un destino que se emprende desconociendo el camino. El «échale huevos» que se oye en las gradas sirve cuando hay un cómo; las gónadas, sin plan, son un colgajo inútil para este menester. De hecho no es discutible el esfuerzo -otra cosa es la calidad- de la mayoría de los jugadores, lo que no han conseguido ha sido saber qué tenían que hacer. Sin estilo definido, ha sido imposible generar dinámicas, crear automatismos, buscar complicidades. Si la alineación variaba de un día a otro, si el estilo de quienes entraban era el opuesto al de los que salían, se convertía en quimérico que el guiso posara. Ahí, en la ausencia, habita la madre de un fracaso que en esta ventanilla no se mide por los resultados. Al fin y al cabo, en cualquier faceta de la vida, nada existe que garantice la consecución de algún logro. Las tres noches sin dormir del estudiante suelen, salvo milagro, terminar en suspenso. El de Rubi ha sido mayúsculo. Finalizó el examen y sigue sin responder a la pregunta sobre el fútbol que propone.
El entusiasmo, la ilusión, las ganas y el tesón son buenos aditamentos, pero no pueden ser la sustancia de nada. Sin un proyecto que las respalde, componen un ejercicio de voluntarismo que arrastra a la impotencia, a la desesperación, a las prisas por llegar a un destino que se emprende desconociendo el camino. El «échale huevos» que se oye en las gradas sirve cuando hay un cómo; las gónadas, sin plan, son un colgajo inútil para este menester. De hecho no es discutible el esfuerzo -otra cosa es la calidad- de la mayoría de los jugadores, lo que no han conseguido ha sido saber qué tenían que hacer. Sin estilo definido, ha sido imposible generar dinámicas, crear automatismos, buscar complicidades. Si la alineación variaba de un día a otro, si el estilo de quienes entraban era el opuesto al de los que salían, se convertía en quimérico que el guiso posara. Ahí, en la ausencia, habita la madre de un fracaso que en esta ventanilla no se mide por los resultados. Al fin y al cabo, en cualquier faceta de la vida, nada existe que garantice la consecución de algún logro. Las tres noches sin dormir del estudiante suelen, salvo milagro, terminar en suspenso. El de Rubi ha sido mayúsculo. Finalizó el examen y sigue sin responder a la pregunta sobre el fútbol que propone.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 14-06-2015
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