Siempre que la necesidad acucia, aparece un horda de charlatanes que pretenden embaucar con su palabrería: curanderos que prometen sanaciones inverosímiles, mercachifles que garantizan súbitos enriquecimientos, santeros que son capaces de leer un futuro halagüeño, hechiceros que fabrican pócimas de la eterna juventud. No es nada nuevo, vendeburras han existido en cualquier tiempo y lugar. Sin embargo, en este mundo que nos ha tocado vivir, ha surgido un nuevo tipo de trujamanes: los alquimistas de palabras huecas, personas que hilan frases con aparente sentido, las empaquetan en libros y las venden como agua en el desierto. Frases que, desmenuzadas y leídas con detenimiento, muestran su absoluta vacuidad, pero que, sin embargo, causan furor y son repetidas hasta la saciedad en encuentros, charlas, grupos de cualquier clase de terapia o son multiplicadas hasta la saciedad en las redes sociales. A pesar de ello, estas frases, pasado el periodo de efervescencia, se evaporan sin ninguna utilidad. La desmesurada aceptación de esta ‘literatura’ - que por su inocuidad no es sino agua- muestra que, en el fondo, buena parte de nuestros contemporáneos se sienten perdidos en un desierto en el que el resto de la población son granos de arena. Quizá el más reputado de estos autores sea Paulo Coelho.
Más allá de su calidad como escritor, es reconocido universalmente por mezclar en su alambique cosas insustanciales - «la vida siempre espera situaciones críticas para mostrar su lado brillante»-, algunas falsables - «la magia es un puente que te permite ir del mundo visible hacia el invisible»- y otras propias de Rajoy - «las personas se encuentran cuando necesitan encontrarse». Uno de las usos de esta fraseología se centra en el campo de la publicidad. Podemos recordar como caló aquel anuncio de un agua mineral en el que se nos decía que no pesaban los años, que lo que pesaban eran los kilos. Se nos venía a decir que la edad no era problema si uno mantenía su peso. Pero vaya, yo, que llevo pesando lo mismo (mucho, pero lo mismo) desde hace un montón de años, puedo desmentir tal bobada. Y el Pucela también. Ayer, en Huesca, mostró dos caras radicalmente opuestas, la primera en el que el juego brotaba a borbotones empequeñeciendo al rival y una segunda, bastante más larga, en la que fue paulatinamente acogotado hasta verse obligado a guarecerse bajo la sombra de su portería. Los kilos del Huesca impusieron su juego y trastabillaron el fino estilo con el que el Valladolid estaba asombrando. Los años del Valladolid, por contra, fueron su tumba. Aguantar las embestidas requiere un esfuerzo que, cuando no hay fuelle, no permite un segundo esfuerzo para revertir las tornas. No es que la edad media sea excesiva, pero sí lo es la de Óscar y Álvaro, los guardianes del estilo. Con Álvaro, tan liviano en kilos como cargado en años, corriendo a destajo, su capacidad organizadora disminuye y el grupo cortocircuita. Y menos mal que Kepa mostró las credenciales de futuro grande, de no ser por él, el Pucela podría haber vuelto con un saco y pretender encontrar la solución en un libro de autoayuda.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 05-10-2015
Impresionante como enlazas a Paulo Coelho con la valoración del partido del Huesca.....¿Tu crees que hay muchos fervientes seguidores del Pucela, que a la vez sean asiduos lectores de Coelho?
ResponderEliminarespero que no, que lean otras cosas....jajaja
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