Curioso país este, que luce entre los suyos, reales o ficticias, dos locuras por antonomasia. De ninguna de ellas, sin embargo, estamos seguros de que fueran tales. Alonso Quijano, dicen, perdió la cordura de tanto leer. Quizá, de tanto leer, se sintió extraño en un mundo iletrado y encontró en la locura el refugio para ser y sentirse libre, para hacer y deshacer sin miedo a portar el estigma con que se castiga al que piensa distinto. Vamos, al que piensa. El Quijote, ya digo, quizá, no estaba loco, pero quiso que los demás lo creyeran. De esta manera prefirió portar una bacía sobre la cabeza que dejar cubrir sus carnes con el sambenito. Mejor que se rieran a ser públicamente quemado.
La reina Juana, dicen, por amor perdió el seso. Quizá, de tanto amar, se sintió extraña en unos palacios en los que los sentimientos no eran sino una rémora para las ambiciones. Su razón cuestionaba la escala de valores y no supo verlo. Juana, ya digo, quizá, no estaba loca, pero los suyos, padre, marido e hijo, quisieron que los demás lo creyésemos.
Ambas locuras superlativas parece que flotan irremisiblemente en el aire que respiramos. Estamos, desde bien pequeños, avisados: leer y amar, querer saber y dejarse llevar por los afectos, la curiosidad y la libertad, son dos síntomas de unas taras igualmente peligrosas que deben ser erradicadas. Estigmatizando a quien se salta las normas de la grey, todo, para quien detenta los poderes políticos y económicos, es mucho más fácil. Para ello no hay remedio más efectivo que expender la etiqueta de ‘no práctico’ y ese algo será rechazado. ¿De qué sirven, por ejemplo, los estudios de filosofía? No son prácticos, mejor disminuir el número de horas en el instituto y dedicarlas a desarrollar la iniciativa emprendedora. Con estas, nos dicen, estarán más preparados para el mundo del trabajo. Y amén. ¿Cómo vas a tener un hijo, sea otro ejemplo, cuando en la empresa están despidiendo a gente? No es práctico. Y así, el trabajo, se convierte en la medida de todas las cosas, al fin, es lo único práctico.
Pero nada hay más práctico que lo que aparentemente no lo es. De no haber sido por los locos hasta la imprenta estaría por descubrir.
La reina Juana, dicen, por amor perdió el seso. Quizá, de tanto amar, se sintió extraña en unos palacios en los que los sentimientos no eran sino una rémora para las ambiciones. Su razón cuestionaba la escala de valores y no supo verlo. Juana, ya digo, quizá, no estaba loca, pero los suyos, padre, marido e hijo, quisieron que los demás lo creyésemos.
Ambas locuras superlativas parece que flotan irremisiblemente en el aire que respiramos. Estamos, desde bien pequeños, avisados: leer y amar, querer saber y dejarse llevar por los afectos, la curiosidad y la libertad, son dos síntomas de unas taras igualmente peligrosas que deben ser erradicadas. Estigmatizando a quien se salta las normas de la grey, todo, para quien detenta los poderes políticos y económicos, es mucho más fácil. Para ello no hay remedio más efectivo que expender la etiqueta de ‘no práctico’ y ese algo será rechazado. ¿De qué sirven, por ejemplo, los estudios de filosofía? No son prácticos, mejor disminuir el número de horas en el instituto y dedicarlas a desarrollar la iniciativa emprendedora. Con estas, nos dicen, estarán más preparados para el mundo del trabajo. Y amén. ¿Cómo vas a tener un hijo, sea otro ejemplo, cuando en la empresa están despidiendo a gente? No es práctico. Y así, el trabajo, se convierte en la medida de todas las cosas, al fin, es lo único práctico.
Pero nada hay más práctico que lo que aparentemente no lo es. De no haber sido por los locos hasta la imprenta estaría por descubrir.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 08-10-2015
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