La semana venía rara. Los mensajes previos alzaban la mirada mucho más allá de la concordia. Hablaban de algo que sonaba más potente, que atizaba más a los sentimientos que a la razón, hablaban de hermandad. Sonaba tierno, pero, me temo, que es otra de esas trampas en las que, por exceso de buenismo, cuesta detectar. El fútbol es una representación simbólica, una escenificación incruenta de un conflicto en el que se enfrentan dos partes que pretenden ganar una batalla. El valor de la representación es que es, como el teatro, como la literatura, mentira. Que no debe pasar de ahí, de los límites del campo. Los aficionados de un equipo y otro son -deben ser- conscientes de esa realidad y, a partir de ahí, respetarse. Las peleas entre aficionados son, por eso, espectáculos vergonzosos y denigrantes. El aceite que lubrica el disfrute de la escenificación es la concordia. La hermandad, ese vínculo de mayor grado, nos baja las defensas cuando, en realidad, traza un camino peligroso. Supone entrar en la lógica de los aficionados más violentos. Estos vínculos de sangre con aires de película de mafiosos, estas relaciones que nos retrotraen a históricas hermandades creadas para apalear al de fuera, siempre se hacen contra otros. No es la concordia entre las distintas aficiones sin distinción, sino la separación visceral entre unos y otros. Hermanarse con unos supone, irremisiblemente, enfrentarse a otros. No invento nada, no hace tanto lo vimos en los aledaños del Calderón. Los ultras hablan de hermanos y el resto caemos en este discurso como primos.
La mañana empezó rara. Escuchar por megafonía antes de que empezase el partido eso de ‘que gane el mejor’ fue una ridiculez que se escapa de los parámetros del sano enfrentamiento, un reblandecimiento de las alertas de la gran mayoría de aficionados que solo pretenden disfrutar el partido apoyando a su equipo.
Después, no sé si por el ambiente, no sé si como consecuencia de una dinámica de descreimiento, el Pucela entendió que debería portarse como un perfecto anfitrión abriendo sus puertas de par en par. La defensa dejó de comportarse como tal para convertirse a ratos en verbena, a ratos en fuegos artificiales. Profesionales cometiendo errores –repasen los goles- impropios de un cadete como si un algo les atenazara para impedir el desarrollo de su profesión. No sé qué rondará por la cabeza del presidente pero la cosa no va. No es cuestión de ganar o perder, sino de sensaciones. El tiempo, que debería servir para ahormar un bloque, está esponjando a este equipo: cada semana tiene más agujeros que la anterior. El entrenador siempre está en el punto de mira, la calidad de la plantilla se empieza a cuestionar, quizá el problema radique en que uno y los otros no comulgan, que no sea entrenador para este tipo de futbolista, que no sean futbolistas para este entrenador. El caso es que todo pinta raro.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 12-10-2015
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