El ser humano es tan arrogante, tan pegado a su visión de que es el centro de todo lo que da vueltas, que ha sido incapaz de valorar el espacio en el que vive, ese planetita al que llamamos Tierra, infligiéndole el mayor de los desprecios: pensando que estaba ahí como fuente inagotable, dispuesto a ofrecernos de todo sin más límite que los que imponía nuestra capacidad de extracción, sin riesgo de sufrir modificaciones en su devenir por más que alterásemos las condiciones. Tan arrogante es el ser humano que le costó reconocer, que se lo digan a Galileo, que este satélite del Sol que nos da cobijo no era un casoplón en medio de la plaza, sino un modesto piso en las afueras. Aun así, una vez asumida parte de nuestra pequeñez, pasamos de un teocentrismo según el cual Dios era el centro de todo y nosotros su obra magna, a colocar al hombre como medida de todas las cosas. Ahora hemos vuelto a depositar las esperanzas en otra religión: la que otorga a la ciencia el papel de dios redentor que vendrá a salvarnos de los malos augurios que difunden las profecías catastrofistas. A pesar que de esas profecías, valga la paradoja, se sustentan en la misma ciencia en la que confiamos. O sea, que no creemos lo que la ciencia demuestra y sí en que todo lo resolverá.
Tan arrogante es el ser humano que, incluso cuando se lleva las manos a la cabeza, piensa que el planeta está en peligro. No, la Tierra, obediente a las leyes de la física, seguirá su curso. En peligro está el ser humano; empeñado en seguir, bien que por otros motivos, el mismo camino que los dinosaurios o, al menos, sufrir las consecuencias de habitar en un planeta, por hastiado, menos generoso. Lo cierto es que, desde la Revolución Industrial a esta parte, el humano se ha convertido en una plaga que esquilma los recursos a mayor velocidad de lo que la Tierra puede generar. Y así nunca salen las cuentas.
No es una cuestión de reunioncitas en París, ni sirven propuestas de contribución voluntaria –colectas a ver si entre todos…-. El asunto es mucho más grave e irreversible sin un cambio de dogmas, de lógicas de producción, reparto y consumo. Para luego, puede ser tarde.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 03-12-2015
El ser humano es tan arrogante que...
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