No son pocos los bares en que alguna de sus paredes ha sido adornada con un azulejillo que lleva escrita una de esas frases que resume la filosofía de la taberna: «Hoy es un gran día, ya verás como llega alguien y lo 'jode'». Ese pesimismo parece inherente a la condición humana, es como si no pudiésemos soportar con naturalidad que, en un momento dado, todo pueda ir razonablemente bien. En vez de disfrutar de los buenos tiempos, nos atormentamos pensando en que algo habrá de ocurrir que dará con todo al traste. Así, llamando a la desgracia, esta terminará por acudir y, ante ella, nos resguardaremos con el socorrido papel de augur del ‘ya lo decía yo’. Una profecía esta que, por obvia, carece de valor y que, sin embargo, termina condicionándonos de forma negativa al obligarnos a creer que cualquier circunstancia no deseada tiene el valor suficiente para derribarnos por completo. No es una cuestión de adivinación, sino de voluntad: somos capaces de dotar a los problemas de la fuerza suficiente para enturbiar todo lo que funciona y, a partir de ahí, realizar las peores lecturas posibles.
Desde la llegada al banquillo blanquivioleta de Miguel Ángel Portugal, la línea del equipo ha sido claramente ascendente. Primero lo atestiguaron las sensaciones, posteriormente el juego y, al final, los resultados. Cuando todo parecía marchar sobre ruedas, llega la derrota en Girona y convierte la ilusión por la escalada en la desazón por la vuelta a las andadas. La derrota que fue dura por merecida: el Pucela no encontró recursos para imponerse a un rival que se creía enfrentado a una maldición que le imposibilitaba vencer en su territorio. El Girona se sobrepuso y derribó, de golpe, la maldición y al rival. El Pucela, minuto a minuto y palmo a palmo, fue abatido con la mansedumbre como única respuesta. Una derrota que trunca una línea pero que no tiene por qué romperla. Ha llegado una mala noticia, alguna tenía que llegar. Si se le da el justo valor no puede ser que sea como ese alguien que al venir fastidia lo que estaba siendo un gran día. Las buenas sensaciones permanecen en la retina, el juego se encontró y no tiene por qué haberse perdido y los resultados, como las golondrinas de Bécquer, volverán.
Señala Fernando de Rojas en ‘La Celestina’ que «nadie es tan viejo, que no pueda vivir un año ni tan mozo, que hoy no pudiese morir». Así es esta Segunda División, tan perra como para poder afirmar que, a estas alturas, nadie está tan bien, que pueda saborear el ascenso ni tan mal, que asocie el drama al devenir cotidiano.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 05-01-2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario