Piratas, con una u otra denominación, han existido en toda época y en todo lugar. En concreto, los que a lo largo del siglo XVII operaban en torno a las costas del Caribe saqueando las ciudades costeras de aquellos territorios entonces españoles se les conocía como filibusteros. Esta palabra tomó vuelo propio y vino posteriormente a definir a los piratas que actuaban en otro tipo de mares: los parlamentos. Un filibustero, según esta segunda acepción, es aquel congresista o senador que se aprovecha de las lagunas reglamentarias para obtener un ilegítimo beneficio. El ejemplo más clásico de este tipo de prácticas, antes de que estuviesen reglamentados los tiempos que correspondían a cada orador, consistía en alargar innecesariamente una intervención hasta que se diese por finalizada una sesión y hubiera que posponer la decisión hasta tiempo después. Para ello, una vez tomada la palabra, servía cualquier cosa: desde contar anécdotas familiares hasta leer un tomo de una enciclopedia.
Para evitar el filibusterismo se fueron adecuando los reglamentos: se tasaron los tiempos, el presidente podía interrumpir al ponente si el contenido de la exposición no se adecuaba al tema sobre el que se debatía…pero, claro, las normas que pretenden evitar las malas prácticas siempre se aprueban a posteriori, cuando el daño ya está hecho.
Los parlamentos actuales no son ahora más que meros teatros en los que se escenifica lo que ya viene decidido de antemano. La batalla se lleva a cabo con anterioridad, el debate previo, el que consolida en el imaginario colectivo la posición de cada grupo político, se dirime en los medios de comunicación, especialmente en las cadenas de televisión. El filibusterismo, por tanto, ha llegado a las notas de prensa, a los distintos platós. Consiste en decir lo que a cada grupo le interesa decir para que parezca lo que quiere que parezca y creamos lo que quiere que creamos al margen de que lo dicho sea cierto o no. Tras el resultado de las elecciones, formar un gobierno viene a ser como resolver un sudoku. Si nadie lo consigue, tendríamos que celebrar otras elecciones. Todos dicen no desear este escenario, quedarían mal ante el público (perdón, la población), sin embargo tanto PP como, sobre todo, Podemos se frotan las manos esperando que así sea. Dirán lo contrario mientras, eso sí, su barco navega bordeando la costa.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 31-12-2015
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