Desde que Carlos I, pongamos por caso, firmaba una orden hasta que esta se aplicaba en el punto más recóndito de ‘sus dominios, podían pasar meses. Hoy, sin embargo, si un concejal de cualquier villorrio eructa en un pleno por la mañana, toda España habrá visto las imágenes antes de la hora de comer. La tercera revolución industrial, la que ha permitido que la comunicación de cualquier hecho en tiempo real, ha permitido cambios de tal enjundia que han configurando una nueva sociedad, un nuevo tipo de ciudadanos. Como consecuencia, los dirigentes políticos tienen que responder a otros patrones también modelados por la inmediatez; esto es, que están más pendientes de la respuesta momentánea que de la virtualidad de las medidas que puedan tomar. Así, apostarán por iniciativas que sean tangibles al minuto de ser aplicadas en detrimento de los verdaderos cambios estructurales y primarán que su presentación tenga todos los componentes pintureros que sean posibles. Vamos, que escuchado el consejo que hace siglo y medio apuntara el novelista francés Victor Hugo: «Abrid escuelas para cerrar prisiones», harán oídos sordos y elegirán el camino opuesto. Al fin y al cabo, una apuesta decidida por la educación vertería sus efluvios años después, serán otros los que presuman de sus resultados. Con la apertura de cárceles (o el endurecimiento de los códigos penales), sin embargo, se puede en marcha la maquinaria de hacer demagogia desde el primer minuto.
Han tenido que pasar siete meses para comprobar el verdadero nivel de Pedro Tiba. Ayer, desde el centro del campo, pudo impartir su magisterio. Visto lo visto, hemos perdido su aportación durante más de media temporada. Hasta ahora había mostrado algunos detalles de su calidad, pero nunca había desplegado un caudal de juego como el que ayer se desbordó en Oviedo. Es lógico preguntarse que cómo es posible que su papel haya tenido tan poco texto y solo se me ocurre una respuesta: las trampas que la inmediatez tiende, también, en el mundo del fútbol. Alinear a Tiba implicaba asumir el riesgo de que el equipo apareciese desconfigurado durante algún partido. No es un mediocentro al uso de esta Segunda División de choque y brega, es más un acompañante de las jugadas que participa y se asocia en cualquier parte. Su incorporación al equipo obliga, por tanto, al cambio de algunos mecanismos. Por ello, sus apariciones esporádicas estaban condenadas al fracaso. No es alguien que llegue y cumpla una labor con renglones preestablecidos: su presencia cambia el eje sobre el que gira el fútbol del equipo. Tiba era una apuesta segura a medio plazo, pero no siempre se mira tan lejos. Igual para entonces te han pitado desde la grada o cesado desde el palco.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 13-03-2016
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