Si desde el piso de arriba cayese una piedra, y fotografiase la ventana en el preciso instante en que dicho pedrusco estuviese a la altura de mi cabeza, podría decir, al ver la imagen, que la piedra está a la misma distancia del cuarto piso que del segundo. Pero, con ser cierta la afirmación, no serviría para explicar nada. Habría que añadir, si se pretende entender qué está ocurriendo, un estudio de fuerzas y concluir que la piedra se mueve en una dirección, hacia abajo, debido a la implacable ley de la gravedad. Nuestra piedrecita está condenada a caer a menos, eso sí, que otra fuerza mayor se interponga en su camino. Las fotografías, como los análisis acomodaticios, solo visualizan un instante concreto, sin contar cómo se llegó a producir, sin prever qué ocurrirá o, llegado el caso, qué se podría plantear para que ese algo inexorable no se llegue a producir. Frente a la estática fotografía caben, pecando de lo contrario, secuencias de imágenes cuyo movimiento se opone a las inmutables leyes físicas, idealizaciones que no se pueden sostener más que en escenarios oníricos o en los dibujos animados. Aquellos, por conservadores, yerran al centrarse en lo que existe dejando de lado las dinámicas sociales; estos, por ilusos, al hacerlo de lo que sueñan, dejando de lado lo que hay.
La fotografía muestra a un Real Valladolid perdido en un punto equidistante entre la promoción a Primera y la demoledora muerte en Segunda B. Pero ese dato no dice nada: ahí, más o menos se hallan otros cuya situación poco tiene que ver. Lo relevante es que el Pucela sigue la trayectoria de una caída libre y que, si no se remedia, la fuerza de la gravedad le puede conducir a un violento choque contra el suelo que se lo puede llevar por delante.
El Valladolid va cayendo, ya digo, cuando quedan jornadas suficientes para que se produzca el desastre. Aún, eso sí, no ha llegado al suelo y existe tiempo para realizar un acopio de fuerzas que se enfrenten e impongan a la de la gravedad futbolística. El que ya no ejercerá más fuerza que los residuos que haya dejado su poso es Portugal. El club, esto es, Carlos Suárez, se ha dejado llevar por otra ley inexorable: cuando los resultados dan la espalda, siempre se mira al banquillo. Lo malo es que la teoría de esta ley nunca aclara a priori en qué dirección actúa la fuerza que se produce: de la misma manera puede ayudar a frenar la bajada como acelerarla. Pero no queda espacio ni tiempo para las necrológicas.
Falta también la fuerza de la de la afición, la de la ciudad. El rugby dio una lección, Zorrilla no puede seguir languideciendo. El próximo domingo el Valladolid se juega más de lo que parece. Una derrota afectaría a la médula espinal. Quizá no sea una fiesta pero toca ir y apoyar. Podemos pensar que los jugadores no lo merecen, y probablemente estaríamos en lo cierto. Podemos pensar que el presidente tampoco, y no iríamos desencaminados. Pero de caer, caeríamos un poco todos. El momento es crítico y, por ello, en vez de pensar como espectadores, toca convertirnos en actores. Es el domingo y es frente al Lugo. Quizá después sea demasiado tarde.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 25-04-2016
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