Desde mi última visita a esta esquina ha pasado una semana, siete días en
que ha habido tiempo suficiente para cerrar puertas y abrir ventanas. Tanto el
referéndum británico como las elecciones españolas han sorprendido a los
quinielistas de la política, a esos que mirando estadísticas aventuran los
resultados de los partidos antes de que se jueguen. Tanto el uno como las otras
han cerrado puertas -estas son las cartas que hay- y han abierto ventanas: las
de atrás para que penetre algún rayo de luz pueda explicar lo que ha ocurrido,
las de adelante para dejar un resquicio por donde mostrar lo que se avecina.
Los dos resultados aparentemente opuestos, la drástica ruptura británica,
el crecimiento del continuismo hispano, muestran, sin embargo, dos aspectos que
los unen. De un lado, el triunfo del repliegue, del nacionalismo. Tanto el
discurso de los partidarios del ‘leave’ como el de los líderes del PP ofrecen
refugio ante un porvenir incierto. Un discurso que llama a aglutinarse ante
supuestos enemigos de la patria, ante bárbaros acuartelados al otro lado del
‘limes’ esperando el momento propicio para invadirlos. Así, apelando a las
esencias del imperio que fue, llama el UKIP de Farage; así, ahora al ritmo del
‘yo soy español’ como antaño al de ‘Pujol, enano, habla castellano’, responde
ese nacionalismo esencialista español del que tan poco se habla. Esta foto no
sirve para todos los que eligen estas opciones, pero es el retrato de
suficientes apoyos que sirven para decantar una balanza.
La otra similitud tiene que ver con la propia decisión de votar. El
ascenso parlamentario del PP no se ha cimentado en un aumento de votos. Les ha
valido con poco más que mantener los que ya tenían mientras los demás fueron perdiendo apoyos por el camino. De forma similar, en Gran Bretaña la
participación era más alta en los sectores más proclives a la salida que en los
más inclinados a permanecer en la Unión Europea.
En ambos casos -quizá porque se valora lo que alguna vez no se ha tenido
o se ha podido perder, quizá porque sepan que un grano ayuda al compañero,
quizá porque están más acostumbrados a asumir responsabilidades-, las personas
de mayor edad votaron más: sus papeletas, unido a la dejación juvenil,
decidieron que había que defender el ‘limes’.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 30-06-2016
Como decía Ignacio de Loyola y ya se ha convertido en un tópico: en tiempos de tribulación no hacer mudanza".
ResponderEliminarNo sería malo instalarse en el limes si cuando estás dentro no te dedicaras a buscar a los culpables de quedarte de allí. Siempre hay un Conde de Julián real o fingido al que echarle las culpa, quemarlo en una hoguera o encerrarlo en un campo de concentración. El fascismo purifica culpas y alimenta la unidad frente al enemigo exterior. Quizás vuelva a escena tras años de exilio interior.
Un abrazo, Joaquín, te enlazo en mi blog.