Los escasos 55 kms. de carretera que separan la vallisoletana Medina del Campo de la salmantina Peñaranda de Bracamonte se reparten casi equitativamente entre tres provincias distintas: la de origen, la de destino y Ávila, que queda en medio de ambas. Con el mismo criterio de justicia, la media docena de pueblos intermedios por los que discurre la vía se distribuyen con el mismo criterio: dos para cada provincia. Antaño, el mantenimiento de la carretera dependía de tres diputaciones que tenían la costumbre de no ponerse de acuerdo nunca. Cuando un trozo se arreglaba, resaltaba frente a los otros dos más agrietados. De esta manera, la carretera de marras era una y trina como la Santísima Trinidad: aunque solo hubiese un camino posible, este existía como tres hipóstasis diferentes. Ocurrió, al poco de que el abulense Adolfo Suárez ocupase la presidencia del Gobierno, que el arreglo correspondió al tramo de esta provincia. La nueva capa de asfalto fue de tal cariz que sobresalía varios cms. sobre el firme de los otros dos trechos. De esta forma, cuando un coche entraba o salía de Ávila, lo hacía dando un respingo. La muchachada de unos de estos pueblos, dando a entender el auspicio del presidente en las cosas de su terruño, bautizó este bote de los coches como «efecto Suárez». Hoy, tal efecto ya no existe. La calzada ha asumido las doctrinas del arrianismo, ya no son tres tramos sino una sola carretera: la CL-610 que pertenece a la red básica de la Junta. Bien está que se manifieste en tres provincias pero la vía completa goza de un mismo tratamiento.
No puedo aún ver al Real Valladolid sin recordar al de la temporada anterior. Aquel maldito equipo formado por mil tramos inconexos sin voluntad de formar parte de un todo. Un año para olvidar, sí, pero no es tan fácil hacerlo siquiera para usarlo como referencia comparativa. Eso tiene ganado el grupo que dirige el padre Herrera: cuando se viene de tan poco es difícil quedar mal. Lo complejo es volver a enganchar a quienes se descolgaron abjurando tras las magulladuras del curso pasado. Y parece que lo van consiguiendo porque, más allá de los resultados, los aficionados salen con una sonrisa del estadio que refleja la satisfacción por lo visto. Aun así, ilusionarnos con objetivos grandilocuentes partiendo de una plantilla recién conformada no tiene sentido. A mí me basta con percibir que se va perfilando un bloque homogéneo en pos de desarrollar una idea de fútbol y con el compromiso de cada jugador por llevarla a cabo. Me conformo con un equipo de jugadores, no con un puñado de jugadores de un equipo. De lograrlo, daremos botes: será el «efecto Herrera».
Publicado en "El Norte de Castilla" el 04-09-2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario