Dejar de fumar, aprender inglés, subir a Primera; todos los inicios de
ciclo son aparentemente iguales, se nutren de ilusiones y arrastran una sarta
de buenos propósitos que, por algún motivo, dejamos pendientes en el curso
anterior y el anterior... Pero solo aparentemente.
Nuestras sociedades tienden cada vez más a analizar, a valorar, en
función de los resultados, olvidando voluntariamente el cómo se ha llegado a
tal conclusión. Se entiende por bueno lo que bien acaba y, a partir de dicho
fin, se santifica o estigmatiza el camino recorrido. Se nos muestra al
triunfador ensalzando sus cualidades, relatando sus historias, sin explicar que
muchas similares nunca llegaron a buen puerto. Sabremos, por ejemplo, de un
senegalés - uno- que triunfa en el cine, el fútbol o la música; escucharemos el
relato de las peripecias vividas; se ensalzará su valor, su arrojo, para dejar
su tierra de origen y emprender tan arriesgado viaje. Nadie hablará, sin
embargo, de los que pretendieron labrarse un camino similar -multitud- y que
fueron engullidos por las aguas. No tendremos idea, siquiera, de cuántos
son.
Es obvio que existe una correlación entre el camino y el destino, que
raramente las cosas salen bien si se plantean mal y viceversa, pero no es así
en todos los casos. El azar siempre tiene una palabra. Que se lo digan si no a
la selección portuguesa de fútbol que, tras estar en un tris de no pasar la fase de grupos y tras una serie de monedas
lanzadas al aire que siempre cayeron de cara, consiguió imponerse en la
Eurocopa.
Esta correlación pierde aún más vigencia en los territorios de competencia,
cuando el cupo de los que habrán de cumplir el objetivo es concreto y no caben
más de los que caben, sean cuantos sean los que lo hagan bien o rematadamente
mal. Que se lo digan si no a la atleta Ruth Beitia que consigue su mayor éxito
uno de los días en que menos saltó. Otras veces, con mucho más, había conseguido
mucho menos; en los recientes Juegos Olímpicos, con un poco, consiguió el todo:
las demás saltaron menos.
Del Valladolid de la temporada pasada al de esta, solo se mantienen los colores de la camiseta (y la afición, por
supuesto; al final un club es su afición). Del proyecto de la temporada
anterior hemos pasado al Proyecto de esta. De uno con minúscula, engendrado a
trompicones, gestado a última hora y mal parido, se ha pasado uno con
mayúsculas en el que, con los medios disponibles, se han respetado los tiempos
y se ha impuesto la lógica futbolística. Al final, será lo que sea, pero lo
bien hecho merece el reconocimiento termine como termine. Y suele terminar
bien.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 31-08-2016
Que se lo digan si no a la atleta Ruth Beitia que consigue su mayor éxito uno de los días en que menos saltó.
ResponderEliminarue se lo digan si no a la atleta Ruth Beitia que consigue su mayor éxito uno de los días en que menos salta.