Uno de esos chistes tan candorosos como malos que nos contábamos
cuando éramos niños relataba las peripecias de un ladrón en su intento
de huir del policía que le perseguía. El raterillo en la carrera a campo
abierto había tomado cierta distancia, pero
al ver un árbol se puso a dar vueltas a su alrededor. Sorprendido, un
viandante que por allí pasaba le preguntó que qué hacía. Nuestro ladrón,
sin dejar de correr, le explica que huye de ese policía que se estaba
acercando. «Hombre de Dios –inquiere el transeunte–
¿no ve que el policía está cada vez está más cerca y si usted no deja
de dar vueltas él le va a alcanzar?». «No se preocupe –replica confiado
nuestro protagonista– le saco más de diez vueltas de ventaja».
Supongo que el ladrón, una vez en comisaría, comprendería que lo de
correr en círculo está muy bien cuando uno pretende, sin más, hacer
algo de ejercicio, pero desde luego elegir esa trayectoria no es la
mejor opción cuando lo que se pretende es avanzar.
Supongo, también, que el padre Herrera ha llegado a la misma conclusión
que el raterillo detenido al constatar, una vez más, que sus
discípulos, por más que crean dar pasos hacia adelante, se encuentran
siempre en el mismo punto. Si la semana pasada decía
que la parte emocional blanquivioleta, la que responde a las ilusiones,
los miedos o las esperanzas, daba vueltas en una noria, o sea, trazaba
círculos en vertical; hoy, ya ven, toca contar que la parte material
realiza el mismo trazo pero sobre una superficie
horizontal. Así, mientras la una sube y baja, la otra va y viene pero
no avanza. Frente al Numancia, el Pucela, de nuevo ha tenido la
oportunidad de dar un golpe encima de la mesa, de nuevo ha soltado un
puñetazo al aire. De nuevo me encuentro ante el teclado
con la sensación de déjà vu, con la sensación de que este artículo ya
lo he escrito antes. Como siempre, asistí al partido sin ninguna idea
previa sobre la orientación que tomaría el artículo. Llego, veo, mastico,
digiero y vuelco. Intento no repetirme, palabra,
pero la realidad, varada en ‘el día de la marmota’, me lo pone
difícil.
Es así cuando se analiza la situación política que transcurre a
medio camino entre lo anodino y lo espasmódico, entre la cansina
secuencia de noticias idénticas con distintos protagonistas y los golpes
de efecto insustanciales. No sé, corrupción
y crisis, elecciones, miles de reuniones entre las fuerzas políticas
para terminar con otras elecciones que a su vez, tras otra oleada de
reuniones, propician una repetición de lo mismo. Se anuncia ahora una
moción de censura. No faltarán más reuniones, la
imagen nos hará percibir que algo se mueve. Pero será tn solo una simple
imagen, una foto fija.
Es así, cuando del Pucela se trata. No es que ayer jugara mal, en
realidad mereció más el triunfo que su oponente, pero al final siempre
falta un ‘algo’ para alcanzar el objetivo. Cuando no es un fallo
defensivo que permite un gol en contra, se trata de
un gol cantado que se va al limbo. Por fas o por nefás, el Valladolid
parece condenado a observar inmóvil la cima desde la misma distancia, a
colgarse en la camiseta el sambenito que le identifica como ‘el equipo
del casi’. Y un ‘casi’ permanente es una condena.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 30-04-2017
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