La ética no es un absoluto ni se muestra inmutable, por lo que en
paralelo coexisten varias y estas varias pueden ir perfilándose en función de
los cambios sociales que inexorablemente se producen. A pesar de ello, ciñéndonos
a un determinado lugar y a una época concreta, es habitual que se consolide un
núcleo ético socialmente compartido. Como consecuencia, el carácter dialéctico
de la ética siempre arrastra a momentos en los que a un determinado respecto
existen dos visiones antagónicas: una previa en declive y otra que va permeando
por los diversos ámbitos de la sociedad. Una situación de conflicto que reflejó
con maestría John Ford en su película ‘El hombre que mató a Liberty Valance’.
En ella asistimos al enfrentamiento entre Ransom Stoddard, un abogado,
furibundo defensor de la ley como instrumento para conseguir la paz social, y
Tom Doniphon, un buen tipo que no desdeña el uso de la violencia como medio
para alcanzar ese mismo objetivo. El mal, para ambos, es el mismo: la banda de
forajidos liderada por Liberty Valance’.
De un tiempo a esta parte, en nuestra sociedad se presenta un
enfrentamiento de estas características entre dos visiones contrapuestas en la
relación con el mundo animal que enfrenta a una ética de raigambre rural,
dominante hasta hace no mucho, con otra de carácter más urbano adornada con
matices posmaterialistas que paulatinamente se va imponiendo. Con la primera,
el ser humano muestra que entiende al animal dentro de su contexto -un contexto
más natural y que conoce porque le es propio- y le supedita a las distintas necesidades
materiales. En la segunda, el humano, al aparecer desligado -al menos
visualmente- de esa necesidad, entabla un tipo de relación de carácter más
empático.
Aunque la sociedad no avance en línea recta, parece claro que esta última
visión dejará en el baúl de los recuerdos a la anterior. Tom, en la película
citada, supo apartarse y Ransom aprendió a respetarle. No cabe pues mirar lo que se está convirtiendo en pasado con los ojos de hoy y
juzgar como salvaje la relación con los animales de unos humanos que tan solo
buscaban su supervivencia y actuaron bajo esos parámetros. Lo que sí cabe es
defenderse de determinadas corrientes animalistas que ponen en el mismo plano
al animal y al humano, lo que conlleva el inevitable desprecio a todo lo humano
y abre la puerta a un totalitarismo misántropo.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 04-01-2018
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