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¡Qué tiempos aquellos los de la hipocresía! Aquellos buenos
tiempos en los que, para sentirse socialmente respetado, era necesaria la
consciencia de las propias miserias que todas las personas albergamos, era
imprescindible esconder detrás de la palabra los comportamientos a los que la
debilidad humana nos arrastraba, era indispensable una referencia básica,
mínima, comúnmente aceptada, sobre lo
que se entendía por buen hacer. Los eufemismos se convertían en el verbo amable
que pretendía revestir de dignidad lo que tenía poco de digno; la preposición
‘pero’ merodeaba en las conversaciones tratando de unir el proceder con la
palabra. Tras, sea por caso, un ‘no soy racista, pero…’, justificase esto lo
que justificase, se dejaba claro que el racismo era una actitud
despreciable.
¡Qué tiempos aquellos tan distantes del puritanismo! Tan
distantes, sí. El rigor puritano nada quiere saber de matices, de situaciones,
de contextos. Pretende legislar hasta en el último recoveco de la vida,
subsumir en una pretendida conciencia colectiva las conciencias individuales.
No admite referencias, las impone; lo comúnmente aceptado desaparece tras la
intransigencia de lo obligatorio. Aquí no cabe la hipocresía sino el miedo. Esconder
cualquier actitud, en estas condiciones, no sería más que un elemental
ejercicio de supervivencia.
¡Qué tiempos aquellos tan alejados de los que se abren ante
nuestros ojos! Alejados, sí. Estamos asistiendo a la muerte de la hipocresía.
Ya no es necesaria para sentirse bien, lo cual viene a reconocer que todo vale
si es en nuestro (aparente) beneficio; que cabe exponer sin ambages que unos
somos más que otros; que el que más chifle, capador. Tiempos que se están abriendo pero que no son
nuevos, que la historia ha repetido una y otra vez, que no nos sirvieron para
aprender. Ya no hace falta un ‘pero’, ¿para qué pudiendo decir que ‘nosotros
primero’? Vemos al presidente de la superpotencia ufano -y buenamente reconocido-
tras haber encerrado en jaulas a niños, con o sin pijama de rayas; tras
haberles obligado a separarse de su madre, de su padre, de su vida. Vemos
gobiernos impidiendo arribar barcos con personas que huyen de la muerte y la
miseria, valga la redundancia, de una guerra que nunca decidieron; gobiernos -y
sociedades- conscientes de que cada año muere todo un Peñafiel en el
Mediterráneo. Y todo con burdas excusas -hay muchos problemas; primero, los de
aquí; mételos en tu casa- . ¡Qué tiempos aquellos los de la hipocresía!
Publicado en "El Norte de Castilla"
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