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En un mundo en el que todo se compra y se vende, todo se
compra y se vende. Incluso lo que no existe, basta con hacer creer que sí. Para
ello, estos prestidigitadores acarician la ilusión e implan las expectativas de
unos muchachos y sus familias para venderles un futuro tan verosímil como
falso, un porvenir que no se encuentra al final de ese camino. Antes, claro,
han aprendido que la pobreza genera desesperación y esta debilita las defensas
ante la fantasía; que la distancia entre el hoy y el mañana, entre el aquí y el
allá, les ampara. Han aprendido también que el fútbol se habla en una especie
de esperanto, un idioma universal que permite hacer creíble el contacto entre
mundos inmiscibles.
Un cóctel que permite al tahúr esconder los ases bajo la
manga para poner en marcha el truco en el que caen los niños que muestran
cierta pericia en esto de dar patadas a un balón. La práctica se extiende a lo
largo y ancho del África negra aunque con mayor profusión en los países del
Golfo -curiosos los juegos que propone la polisemia- de Guinea. De esta forma,
en los suburbios de las ciudades de Camerún, Costa de Marfil, Ghana o Senegal,
se hallan los principales caladeros. El sueño de convertirse en Etoó, Drogba o
Weah sirve como anzuelo para estos ‘diamantes negros’ como les bautizó Miguel
Alcantud en la película que dirigió en 2013 en la que se denuncia este tráfico
de menores.
Las familias, crédulas aún a pesar de las mil razones para
dejar de confiar en promesas foráneas, financian el viaje con todo lo que
tienen y lo que no tienen, juntan ahorros y venden propiedades para que los
niños puedan llegar al continente de neón a triunfar en el fútbol, para que los
tahúres cazatalentos engorden sus cuentas.
Les muestran un camino. A veces, América, Asia o los países
del norte de África se les presentan como escalas previas. Luego, todo es nada.
Alguna prueba, si acaso, en algún club menor, más promesas, siempre para más
adelante hasta que el humo se desvanece. Que alguno pudiera alcanzar su
objetivo sería poco más que una mentira estadística, un caso entre miles. La
calle es el hogar más habitual de estos chiquillos que creyeron poder
convertirse en émulos de sus ídolos y ahora se encuentran solos, lejos,
desarraigados y sin más perspectiva que la de sobrevivir en un territorio
hostil. Están, son, pero ni se sabe cuántos. 10.000, 20.00, 30.000. En realidad
se han convertido en nadies imposibles de contar.
Es cierto que las altas instancias del fútbol desde hace
algo más de diez años han legislado con la intención de que no prolifere este
‘negocio’. Por ejemplo, impide a los clubes el fichaje de jugadores extranjeros
menores de 18 años. Pero no hay regla que no se pueda saltar. Falsos
pasaportes, contratos de trabajo igual de falsos para los padres, declaraciones
de fallecimiento de los padres y una consiguiente tutorización legal, sirven
como escapatoria.
En un mundo en el que todo se compra y se vende, todo es
susceptible de ser comprado o vendido. Lo que queda fuera de ese mercado se
convierte en desecho. Aunque se trate de seres humanos.
Publicado en la revista en el número 91 de "Umoya", la revista de la Federación de Comités de Solidaridad con África Negra.
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