Foto El Norte |
Para bien y para mal, me tocó cursar la EGB. Para bien, porque de ella salí con un buen bagaje y ganas de aprender más; para mal, porque es prueba fehaciente de que de aquellos años ha pasado mucho tiempo. Pero a lo que vamos, cada curso, siempre en época prenavideña, el colegio organizaba una velada en la que parte del alumnado representaba alguna obra –vamos a llamar con cierta generosidad– teatral. El programa siempre se completaba mezclando algún sainete que provocase las risas del resto de los compañeros con alguna obrita de ínfulas moralizantes. A mí me tocó actuar en varias pero recuerdo especialmente un año en que formé parte del elenco de una de las del segundo grupo. No vayan a creer, no tengo un singular recuerdo de aquella noche debido a la profundidad del texto representado o por la huella que pudiera haber dejado en mí la correspondiente moraleja sino porque en una escena tuve que salir al escenario en calzoncillos y pasé días convencido de que no iba a ser capaz. Al final me las apañé para que fuera un discreto sí pero no que puso en salvaguardia mi pudor preadolescente.
A cuenta de aquello, aun hoy recuerdo el argumento –aunque no el título– de aquella obra. Un hombre tenía tres hijos bastante dados a la holganza. Para arrancarles de tal pereza ideó un plan: adquirió un erial y contó a la perezosa camada que había realizado la compra del siglo porque se había enterado de que bajo ese suelo se encontraba escondido un tesoro. Los hijos picaron y picaron –en el doble sentido del término– infructuosamente pues nada hallaron en el subsuelo de aquella parcela. Desolados cuando ya no quedaba ni un palmo en el que escarbar, fueron al padre para recriminarle que les había engañado o le habían engañado antes a él. El hombre sonrió y les hizo mirar la parcela con otros ojos. Aquel terreno que meses atrás no era más que un improductivo erial aparecía ahora, gracias al trabajo de los hermanos, como una tierra completamente removida y presta para realizar una buena labor de siembra. El tesoro era este, reafirmó el hombre, poder convertir, gracias al trabajo, lo aparentemente improductivo en fértil. Cuesta trabajo, lleva tiempo, pero habiendo mimbres, siguiendo un plan, se puede conseguir. Las expectativas de encontrar un tesoro habitan en el territorio de lo inmediato, se declinan sin inclinarse, se conjugan sin doblar la cerviz. Desde esta perspectiva, cuatro partidos picando y ni una sola moneda en el casillero de goles a favor, puede desanimar, cegarnos y no permitirnos ver que el erial perdido en medio de la Segunda División hace apenas unos meses luce ahora con los surcos abiertos y con una siembra propicia. Ünal, el hombre, puede encarnar, dado su papel de nueve, la frustración por ese gol que no llega. No es solo cosa suya, el gol es cosa del equipo y, por uno u otro cauce, llegará, llegarán. Al menos mientras sigan picando como hasta ahora. El Pucela no se muestra en calzoncillos aunque aún se le noten cosas de preadolescente.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 17-09-2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario