jueves, 8 de noviembre de 2018

VIVIMOS EN UNA GRAN MENTIRA

Imagen tomada de diariosur.es

Hace ya unos años, alguno menos de diez, un amigo algo más joven que yo, al conocerse otro caso de corrupción de aquellos que un día sí y otro también ponían nombre y apellido al desfalco, torció el gesto de forma que en el rostro se le dibujó un rictus a medio camino entre la ingenuidad y el descreimiento.
-Hasta ahora, la mayoría de los de mi generación nos creíamos lo que nos contaban. Es jodido esto de darse cuenta de que hemos vivido en una gran mentira.
Sonreí con tristeza. Me entró, perdón por la inmodestia, el complejo de Casandra, la sensación de “yo ya lo había dicho”.

En aquel momento la crisis económica mostraba ya sus efectos en los bolsillos y, sobre todo, en las cabezas. A la falta de trabajo, a la ausencia de expectativas, a la escasez de recursos, se le añadía un plus de desafección ante la realidad sociopolítica. El entonces archifamoso, y hoy casi olvidado, 15 M se convirtió en el refugio en que se encapsuló esta sensación generalizada que bien se definió como ‘indignación’. Una indignación que como vino se fue; mejor dicho, que de la misma forma que se tragó, fue digerida.
Sin embargo, un poso permaneció en la calle, aquel “hemos vivido en una gran mentira” no resultó en balde y, desde entonces, la desconfianza ante las instituciones, ante los representantes de las diversas instituciones, se ha convertido en un lugar común. Cierto es que esos representantes tampoco han hecho nada para revertir la situación.
Cuando en nada se cree, cuando la indignación, la desafección o la desconfianza son parte del menú, resulta complicado separar lo cierto de lo incierto, la verdad de la mentira, y solemos elegir el camino más sencillo: creernos lo que nos conviene, la versión que mejor se adapta a nuestros prejuicios o a nuestros deseos. En estas situaciones, cualquier cerilla puede convertirse en incendio, bien de forma inmediata, bien una vez regurgitada. Por eso, la decisión del Supremo al respecto de a quién le corresponde el pago del ‘impuesto hipotecario’ es un material altamente inflamable. Cuesta, en medio de este clima, pensar que la resolución se ha escrito en medio de la frialdad analítica y no como consecuencia del empeño en defender el interés de la gran banca. Hace quince años, esta decisión, con más o menos crítica, se habría respetado. Hoy ya nadie se lo cree, y eso tiene consecuencias.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 08-11-2018

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