domingo, 11 de noviembre de 2018

Y AÚN DICEN QUE UN PUNTO ES CARO

Foto El Norte
Pascualet se debate entre la vida y la muerte en la bodega de un barcucho. Un compañero le sujeta por los brazos mientras permite que su pierna sirva de apoyo al moribundo. Otro le palpa el pecho con el anhelo de encontrar un hálito de vida al que agarrarse. Pascualet es poco más que un muchacho, pero ya ha tragado mil y una veces las hieles a las que la vida invita en casa de los pobres. Ahora, ya digo, con fechas aún pendientes para llegar a adulto, la vida se le va. Así, con esa crudeza relataba el joven Sorolla con sus pinceles la dureza del día a día de los pescadores. Una escena que describió previamente Vicente Blasco Ibáñez en la novela «Flor de Mayo». Allí, en esas páginas conocemos más personajes.

Unas horas atrás, como cada día, faenaba sobre el mismo barco buscando bajo las aguas el pescado que habría de suponer su sustento. Más adelante, certificada la muerte, su tía saldría dando voces por las calles del valenciano barrio del Cabañal, la buena mujer, con la mente en el cuerpo inerte de su sobrino, reclamaba  que acudieran allí «…todas las zorras que regateaban al comprar en la pescadería! ¿Aún les parecía caro el pescado?». A ver si viendo el cadáver iban a tener redaños para regatear.
Perdonen por la elevación, el fútbol es una absoluta minucia comparado con todo lo relatado anteriormente, pero viendo la imagen de Charles y Calero pugnando por un balón uno se da cuenta de la suma de dificultades a las que un chaval se enfrente para llegar a ser protagonista de la escena. Insisto, Pascualet era pescador porque no le quedaba más remedio. Lo habrían sido sus padres, abuelos como la habrían de ser sus hijos si los hubiera tendido. Se jugaba la vida para conseguir un botín que malamente le permitía sobrevivir. Charles y Calero son, en esta sociedad, unos privilegiados. La diferencia es sustantiva, pero para que estos hayan llegado a este punto han tenido un recorrido tremendo, tanto que, echando la vista unos años atrás, veríamos miles, millones de chavales que también querían estar en la misma foto pero que arrojaron, tuvieron que arrojar, la toalla de la rendición. Charles y Calero son uno entre miles. Los que han sobrevivido. Para ello, amén de talento, tesón y una dosis de fortuna, han necesitado fuerza e inteligencia. La pugna que vemos muestra un doble afán por conseguir el objetivo con el balón: acercarlo a la portería el uno; alejarlo, el otro. Parece sencillo, pero no lo es. La postura de los cuerpos nos muestra un conocimiento de la posición, de cómo colocarse para llegar al objetivo, para evitar que el rival lo haga.
El duelo, el particular de la imagen y el general del partido, terminó en tablas, se cerró con un engañoso cero a cero. Digo engañoso porque, fuera tópicos, un 0-0 puede ser bello si somos capaces de encontrar belleza en las intenciones, en los deseos, en el ansia de hacer bien cada cosa. Esta es la realidad que es de nuestro Pucela. Y aún dicen que un punto es caro.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 11-11-2018

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