jueves, 6 de diciembre de 2018

LAS CÓMODAS BURBUJAS

A veces me da por pensar que lo que políticamente se denominó la izquierda empezó a irse al garete en el mismo momento en que se inauguró el primer bar en que se organizaban charlas, se colgaban exposiciones o se representaban profundas dramaturgias. A partir de ahí, el asunto cuajó en moda. Las intenciones iniciales -creación de espacios en los que personas con una visión semejante del mundo pudiera encontrarse, debatir y proponer- no parecían desenfocadas,  incluso se puede decir que cumplieron su cometido, que fueron eficaces. Pero el tiempo, que degenera todo lo que no es capaz de reinventarse, provocó un efecto ‘capilla’, convirtió estos espacios en motores de autoafirmación, en turbinas que retroalimentan...
Así, buena parte de quienes participan en organizaciones políticas o sociales del lado izquierdo del espectro, pueden organizar hasta su tiempo de ocio en burbujas de cómoda irrealidad. Juntándose solo con los propios no cabía, al menos de partida, el riesgo de llevarse malos ratos, de escuchar lo que no se quiere oír. Al menos de partida porque inmediatamente, por cualquier cuestión de intereses -aunque se pretenda explicar como un debate de matices, como una discusión por cualquier rollo procedimental-, salta la chispa originadora de un enfrentamiento que es explicado en un lenguaje ininteligible para quien viva puertas afuera.
Ahí, en esos templos, aislados pero felices de haberse conocido, se pueden construir teóricos universos paralelos a los que no es necesario enfrentar ante las orejas de una realidad cada vez más lejana, cada momento más inhóspita y, por tanto, más incomprensible.
Mientras tanto, el mundo real, lleno de barrios con bares de corto de cerveza y vino peleón, con conversaciones que nada tienen que ver con aquellas, gira con reglas diferentes, con otras preocupaciones. La paradoja es que aquellos, sí, los de la burbuja, los de la jerga, pretenden representar políticamente a estos.  Al fin y al cabo, alegan, las medidas que plantean se encaminan en esa dirección: todo para el pueblo. Pero el pueblo no termina de aparecer. A veces, para más vaina, aparece en la dirección opuesta a la que previeron. Donde cabría la autocrítica, aparece entonces el balbuceo o el movimiento espasmódico.
Con el material de la ciencia política, por más libros que se abran, es complicado explicar ciertas cosas del presente que, sin embargo, resultan comprensibles, incluso previsibles, cuando se abre el oído de par en par en cualquier tasca de las afueras. Un ejercicio que debería llevarse a cabo por los aspirantes a representar, al menos, para que la realidad no les ataque por sorpresa.



Publicado en "El Norte de Castilla" el 06-12-2018

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