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Es difícil atinar más y con más concreción que aquella monja
agustina. En los alrededores de su casa, en las estancias que permanecen al
margen de la clausura del Monasterio de Nuestra Señora de Gracia de Madrigal de
las Altas Torres, mientras caminaba por las estancias en las que el mundo vio
por primera vez a la niña que pasados los años -y los azares, y las traiciones,
y las guerras- se convirtió en Isabel la Católica, la monja sibila diseccionaba
ante un grupo de visitantes la historia del aquel cenobio que antes de la
cesión por Carlos -I de aquí y V de allá- fuera el Palacio de Juan II. La mujer
se refería al siglo tal, a la época cual, a la desamortización pascual, hasta
que llegó a nuestro tiempo, la época del turismo dijo. Así, ni siglo XXI, ni edad contemporánea, ni sociedad del conocimiento, ni revolución digital. Dijo
‘época del turismo’ y acertó de pleno. Porque más allá de lo que este fenómeno
supone en materia contable, no hay más que ver los diversos análisis de la
economía española; más allá de las expectativas que origina para resolver todo
tipo de problemáticas, hasta las de la despoblación de nuestras tierras; el
turismo ha generado una visión y, a partir de ahí, una posición ante el mundo
que ha modificado las estructuras físicas de la geografía y las mentales de los
habitantes. El turismo, invasivo por definición, no es más que una masa de
seres urbanos que visitan lugares distintos al suyo de residencia para saborear
lo diferente pero pretendiendo las mismas comodidades que encontrarían en su
casa. Y ese mundo exterior, money is money, se ha ido adaptando a estas
exigencias.
Entendiendo el mundo como aquella monja, dando por
descontado que los turistas son la seña de identidad de nuestro tiempo, un maná
al que no hay que incordiar, ya no sorprende que un juez haya clausurado un
gallinero cercano a un establecimiento de turismo rural porque las gallinas
cacareaban a horas intempestivas y molestaban a los turistas.
Vamos, que estas aves, torpes de por sí, no han sido capaces de adaptarse a los
hábitos de la ciudad. No han aprendido que para hacer ruido hay que tener el
poder de los coches. Pagarán con su vida.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 09-05-2019
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