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Estoy de acuerdo con Los Panchos, ¿qué quieren que les diga? Al igual que el trío mexicano he escuchado por ahí que la distancia es el olvido, que la memoria -y en el fútbol por antonomasia- es excesivamente corta, que el hoy es como una pedrada que destroza la farola del ayer. Y, a la par que ellos, encuentro demasiados 'peros' en tal aserto, tampoco yo concibo esa razón. Por más que el día a día nos encadene; por más que los manuales de autoayuda insistan en el 'aquí y ahora'; por más que los gurús de la economía y de la publicidad, valga la redundancia, nos emplacen a un futuro siempre por llegar; la memoria habita en el presente, el pasado vuelve y encuentra un espacio en el que se acomoda. El fútbol, también por antonomasia, recurre continuamente a su pasado. Por más que se hagan apelaciones al presente, el fútbol como fenómeno social sería inconcebible si se le priva de su memoria. La distancia no es el olvido sino el espacio y el tiempo que necesitamos para colocar en nuestra alacena emocional todo lo que vamos viviendo. A unos objetos les ubicamos en lugares perfectamente visibles, otros encuentran sitio en rincones relativamente escondidos y, ¡qué bueno quien sea capaz de tirar lo que no sirve de nada!, un buen número son retirados y depositados en el contenedor de la desmemoria.
Mendilibar, para un aficionado del Pucela, es una de esas palabras mayores, uno de los santos que tienen hueco en el retablo del altar de su iglesia. Resulta que, haciendo cuentas, el buen técnico zaldibartar lleva casi un decenio alejado de esta tierra de nieblas. Diez años pueden parecer mucho tiempo, pero no lo es, como no lo serán otros diez ni otros diez más si es que dentro de veinte tiene ocasión de volver a Zorrilla y tomar asiento en el banquillo rival. En el fondo será así porque Mendilibar se ganó un terreno en la plaza de 'uno de los nuestros', porque, bien mirado, nunca le consideraremos rival. Seguramente en su último año en Pucela, cuando las cosas no salían como se esperaba, escuchó algún pito de la grada. Es fácil pensar que, tras escuchar esa desagradable fanfarria, se retiraría abatido a su casa pensando que en muy poco tiempo la gente se había olvidado de su desempeño anterior. No era cierto. Se pitaba el momento y se tenían los tres años anteriores en un lugar prominente de la alacena.
La memoria existe y por ello, al aparecer su rostro en el marcador, el público lanzó una ovación tan espontánea como sincera. Mendi es parte de nuestra historia, la que se recita, la que se cuenta a los hijos. Hubo un 'Valladolid de Mendi' que todos tenemos presente, de la misma manera que somos todos un poco del Eibar porque él está ahí. Preferimos que, como ayer, vuelva hacia el norte de vacío, pero nos sigue gustando verle por aquí y constatar que sigue siendo el mismo que era: ese tipo tan vehemente como honesto, tan explosivo como natural. Un hombre que en esta época del postureo mantiene el olor a verdad primaria, desprende el aroma de una ética y una estética propia, genuina, nada impostada. La tensión que muestra es tan natural que sus jugadores, Arbilla en este caso, asumen que no hay doblez, que lo que les dice es porque así lo ve y así lo transmite. De esta manera se entienden mejor los mandatos y se asumen mejor las broncas.
El aplauso a Mendi llegó al poco del sonoro silencio tras la presentación megafónica de Pedro León. Tampoco fue el olvido, sino la constatación de que no hay mayor desprecio que el no hacer aprecio, el culpable de la callada por respuesta.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 27-10-2019
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