A mi madre le parecía extraño que compadrease tanto con Julio, que pasara mis buenas tardes conversando con él en el soportal de su casa. Al fin, era el cura del pueblo y por aquel entonces era ya demasiado notorio mi desapego de las cosas de la religión. Quiso la casualidad que un día que acompañaba a mi madre a no sé qué, viéramos a Julio en la otra punta de la calle. Sabedora del ascendiente que sobre mí tenía, había encontrado la ocasión propicia para arrimar el ascua a su sardina. Súbitamente aceleró el paso y le llamó la atención para que esperara. Por buena que fuera la relación, por más que me estimase, un cura era un cura y no iba a renegar de las estructuras más consolidadas de la sociedad. -Don Julio, a ver si convence usted a este muchacho, que tiene la cabeza más dura que una piedra. Dígale algo, que se ha empeñado en que no va a ir a la mili y no hay manera.
El hombre, por la arrancada, ya sabía de dónde le iba a venir el aire. Mientras esperaba a que ella terminase, se le fue dibujando una sonrisa bribona.
-Jose, el muchacho hace más que bien, es lo que tendrían que hacer todos.
-¡Qué cosas tiene usted! ¿Cómo va a ser eso?
Entendí que no era el momento oportuno para abrir la boca. Mejor dejarlo como estaba y esperar a la noche para aprovechar la coyuntura cerrando el asunto de la manera que más me apetecía: tomando la decisión que entendía como correcta y mitigando el disgusto que para mis padres suponía tal obrar. ¿Qué mejor para ello que contar con el beneplácito del cura?
La conversación tuvo su gracia. Mi madre lamentando haber empezado la conversación. Yo diciéndole que seguramente no habría dicho nada distinto de lo que les relatase durante las homilías. Es más, le recordé que ella misma me había comentado varias veces que don Julio predicaba como los ángeles.
-Sí, la verdad es que habla muy bien. No solo lo pienso yo, ¡eh!, que las demás dicen lo mismo; pero pasa que muchas veces no le entendemos lo que cuenta.
Desde hace unos meses empiezo a entender a mi madre, a sentir como aquellas feligresas de finales de los ochenta. Sergio, como don Julio, habla muy bien - el equipo, y va por tres años, cumple las expectativas clasificatorias-, pero no suelo entender sus homilías en forma de alineaciones cada vez que Toni no aparece. El murciano, casi cada vez que juega, destaca, deja claro su talento. Pero no se consolida como titular. Debe de ser que no encuentra otra manera: se arrodilla y suplica ser de los de la partida. Los de la feligresía estamos con él. No entendemos a don Sergio.
Publicado en El Norte de Castilla el 22-12-2019.
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