Atención, pregunta: ¿dónde se celebró la anterior
Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático? Lo digo porque
aunque tratemos a la alta cumbre que se está celebrando en Madrid con un
artículo determinado -‘la cumbre’- no es sino ‘una cumbre’ si nos va más el
indeterminado u ‘otra cumbre’ si apostamos por el indefinido, la XXV.
Tal vez si se hubiera celebrado en Brasil, como inicialmente
estaba previsto, o en Chile, la alternativa que se postuló cuando el país
amazónico, Bolsonaro mediante, hizo declinar su compromiso inicial, por estas
tierras no nos hubiésemos enterado mucho del asunto, sus debates y sus
conclusiones. Que llegara de rebote a Madrid, por más que Chile siga siendo el
anfitrión, ha permitido una visualización mediática del problema tratado al
menos en el territorio español con un aspecto ciertamente positivo: los medios
no se están limitando a lanzar advertencias apocalípticas sino que están
aportando cifras, datos, un cierto rigor que permite comprender, más allá de la
teología, qué es lo que está ocurriendo, a qué escenarios nos enfrentamos.
Y en esos escenarios reside la clave del interés con que
algunos estados y muchos grandes conglomerados empresariales se toman el cambio
climático en el que andamos inmersos: esta plaga, aunque repercute más en los
territorios empobrecidos, amenaza nuestro espacio de confort. Fuimos capaces de
exportar las guerras, las hambrunas, las muertes por enfermedades curables, a
la periferia; pero el clima no repara en fronteras. Si sobre lo climático se
declara una emergencia -aun siendo necesaria, pero con la de emergencias
humanas que existen- es porque nosotros, los blanquitos occidentales, estamos
abocados a sufrir los efectos y bien va que vayamos aprendiendo que ponerse las
pilas significa tener que pagar. Ahí el juego de los estados: su ‘concienciar’
consiste en hacernos asumir que toca aguantar lo que nos echen. Les sirve de
coartada. Ahí el juego de las empresas: su lavado de cara gastando un poco en
jabón verde pretende hacernos ver que son otra cosa, que han cambiado. Lo han
hecho o lo van a hacer, sí, a la gatopardiana manera: porque no les queda más
remedio y para que nadie discuta quién manda. Les sirve de excusa.
Por cierto, la respuesta a la pregunta inicial es Katowice,
en la Alta Silesia polaca.
Publicado en "El Norte de Castilla"el 05-10-2019
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