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Algunos años antes de que naciera Sergio Asenjo, en esa
misma Palencia, los guantes de portero eran un artículo de lujo. En Palencia y
en el resto de España, pero es en Palencia donde uno estaba y es lo que uno
recuerda. Antes de eso no es que fueran un lujo, simplemente no eran: hasta los
porteros profesionales jugaban con las manos descubiertas. Pero estamos en los
años ochenta. Los Arconada, Urruti, Miguel Ángel, Fenoy y hasta Sabino Zubeldia
cubrían sus manos con unos guantes milagrosos a los que parecía pegarse el
balón. Los niños que por devoción u obligación defendíamos las millones de
porterías de esos Maracanás imaginarios queríamos unos guantes como esos o, al
menos, un par que pudieran dar el pego. Pero topábamos siempre con el muro del
‘no’ paterno y materno, por juntos o por separado. Así las cosas, para parecer
más portero, apañé con unas propinas lo más parecido que vi a unos guantes de
profesional: unos de lana amarilla con puntos de negro alquitrán incrustados.
Con ellos jugaba ufano en mi internado, el San Juan de Dios.
Tanto los partidos que disputábamos entre nosotros como los que nos enfrentaban
a los chavales de otros centros similares, aunque, eso sí, unos más similares
que otros. Entre los unos, internados donde los desertores del pico y del arado
pretendíamos raspar el negro del carbón o afeitar el pelo de la dehesa,
destacaban nuestros vecinos del Mariannhill; entre los otros, niños bien
-pera, decíamos- de los Maristas o de La Salle. Cuando tocaba contra estos, el
calor estaba servido. Nos miraban por encima del hombro y eso nos encendía. Mientras
nosotros nos pasábamos las camisetas con las SJD incrustadas en el pecho de
unos chicos a otros para jugar partidos sucesivos a lo largo de la mañana,
ellos se cambiaban de ropa en el descanso y nos lo hacían saber. Pero sobre
todo, sobre todo, sus porteros tenían guantes de los que veíamos en la tele o
en la Balastera -la fetén- los días de partido.
Y digo guantes no porque fueran los dos del par, no. Traían guantes en
plural, varios pares como para demostrar que ellos eran otra cosa. De esta manera, nuestra consigna era clara: podrán ganarnos, mejor que no, pero si lo
hacen que al volver a casa les duela algo.
Tiempo después, los guantes dejaron de ser ese artículo de
lujo. Es entonces cuando en el San Juanillo, en el este de la Ciudad, en un
barrio de los de las vías ‘pallá’, un chaval empezó a destacar en esto de
parar. Ese rapaz anteayer regresó a Pucela tras una carrera sobresaliente pese
al lastre de las lesiones. En su vuelta, por algún motivo desconocido, los
guantes no le convencían. Avisó al utillero y este le acercó todo un muestrario
para que eligiera. Viéndole cargado con esa orgía de guantes, me volví a hacer
niño, se me hizo la boca agua. Recordé mis partidos, mi pueblo del que huí, el
colegio que me acogió, una época que vio su fin. Recordé mis guantes amarillos.
Me acordé de los porteros de La Salle y de los Maristas. ¡Qué cabrones!
Publicado en "El Norte de Castilla" el 09-02-2019
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