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El tamaño de las cosas está directamente relacionado con la
distancia desde la que las miramos. Hasta anteayer, martes, al mediodía,
parecía no haber más tema que la elección presidencial y la relación de esta
con los asuntos locales. Los discursos, alegatos y peroratas desbarraban desde
una perspectiva, la de quienes consideraban que la decisión del Parlamento supone
el principio del fin de la integridad económica y territorial de España, y
desde la otra, la que aventura unos venturosos tiempos de abundancia amor y armonía. Entre medias,
una mayoría, quiero suponer, más o menos contenta con la designación, que entiende
sin necesidad de aspavientos hiperactuados que las aguas volverán a su cauce y
‘por sus obras, les conocerán’. Hasta anteayer a mediodía, justo antes de que
al caer la noche el mundo nos diese otro baño de realidad y nos hiciese percatarnos
de que lo que parecía enorme puede no ser nada frente a la escalada bélica que se
ha iniciado en el Medio Oriente.
La realidad es que esa tensión no es nueva, ni nuevos son
los casi periódicos los espasmos que amenazan con una escalada irreversible.
Mas, observando con esa ingenuidad pensaremos que es otro episodio más de una
serie que se puede alargar hasta el infinito. Pero hasta la mejor tela termina por romper.
Del asesinato del general iraní Qasem Soleimani el viernes
pasado por parte de Estados Unidos se dio parte en los medios, pero,
enfrascados como estábamos en nuestras cuitas, no entendimos la gravedad del
asunto. La respuesta iraní bombardeando con misiles a un par de bases militares
con tropa estadounidense en suelo iraquí es un querer y envidar más. Lo
perverso del asunto es que ambas actuaciones no tienen sentido por sí solas
sino en el marco de una pelea a gran escala por tomar posiciones en un nuevo
orden internacional que se puede estar gestando. La muerte de Soleimani puede
retrotraernos al Sarajevo donde fue tiroteado Francisco Fernando de Austria.
Las guerras han evolucionado pero los humanos no tanto. Muchos son los
intereses, los directos y los cruzados; variados los escenarios; conocidos los
diversos textos que se pueden interpretar. Y al frente del mundo, fanáticos o
iluminados que se hacen pasar por tales. En este momento, el clavo al que me
agarro sigue siendo la consciencia generalizada de que si nadie frena, nadie puede
ganar.
Publicado en "El ´Norte de Castilla" el 09-01-2020
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